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Actualizado: 6 de mayo de 2025
Una fila de toneles derechos ostentaba en sus panzas de roble los títulos de los famosos vinos que sólo se dedicaban al embotellado; líquidos que brillaban con todos los tonos del oro, desde el resplandor rojizo del rayo de sol al reflejo pálido y aterciopelado de las joyas antiguas: caldos de suave fuego que, aprisionados en cárceles de cristal, iban a derramarse en el ambiente brumoso de Inglaterra o bajo el cielo noruego de boreales esplendores.
Y ese otro suntuoso que tiene torres como lanzas y alegría como de salón; ese que ha dado una parte de sus salas a dos pueblos de nuestra familia, a Colombia, que tiene ahora mucho que hacer, al Perú, que está triste después de una guerra que tuvo, ése es el pueblo bravo y cordial de Uruguay, que trabaja con arte y placer, como el de Francia, y peleó nueve años contra un mal hombre que lo quería gobernar, y tiene un poeta de América que se llama Magariños: vive de sus ganados el Uruguay, y no hay pueblo en el mundo que haya inventado tantos modos de conservar la carne buena, en el tasajo seco, en caldos que parecen vino, en la pasta negra de Liebig, y en bizcochos sabrosos: y en la torre, que se parece a una lanza, flota, como llamando a los hombres buenos, la bandera del sol, de listas blancas y azules.
Don Rosendo continuaba cada vez más pujante y empeñado en su campaña periodística. Introducía en el Faro todas aquellas formas y maneras que observaba en la prensa nacional y extranjera, particularmente en la francesa. Pero donde más se distinguía era en las de mercados. No es fácil representarse la destreza con que manejaba, traía y llevaba los cereales, los aceites, los caldos y los arroces.
Los dos tenían razón; y del doble sistema, compuesto de los caldos de la tía María y de las limonadas del hermano Gabriel, resultó que Stein recobró la vida y la salud el mismo día en que la buena mujer mató la última gallina, y el hermano cogía el último limón del árbol. Hermano Gabriel dijo la tía María , ¿qué casta de pájaro cree usted que será nuestro enfermo? ¿Militar?
Obdulia no entraba en caja: era forzoso asistirla de medicamentos y caldos, pues los suegros se llamaban Andana, y no era cosa de mandarla al Hospital. Tenía, pues, sobre sí la heroica mujer carga demasiado fuerte; pero la soportaba, y seguía con tantas cruces a cuestas por la empinada senda, ansiosa de llegar, si no a la cumbre, a donde pudiera.
La muchacha, que se había despabilado con el ruido que había hecho su padre, lanzó una mirada díscola a Stein, diciendo con voz áspera: ¿Quién me gobierna a mí? No me dieran a mí más trabajo que ese y una vara de acebuche murmuró Momo. Es preciso prosiguió Stein alimentarla bien, y que tome caldos sustanciosos. La tía María hizo un gesto expresivo de aprobación.
A la tía María, a la infatigable enfermera del ilustre huésped, a la diestra fabricante de caldos sustanciosos, señaló el duque una pensión vitalicia. En cuanto al pobre fray Gabriel, se quedó sin nada. Hacía tan poco ruido en el mundo, y se había ocultado tanto a los ojos del duque, que este no le había echado de ver.
La tía María, sin haber leído a Brown, estaba por los caldos sustanciosos y los confortantes tónicos, porque decía que estaba muy débil y muy extenuado. Fray Gabriel, sin haber oído el nombre de Broussais, quería refrescos y temperantes, porque, en su opinión, había fiebre cerebral, la sangre estaba inflamada y la piel ardía.
Mientras duró el temor de la gravedad, el amante esposo no pensó más que en la enferma y cumplió como bueno; si era a veces importuno, descuidado, o poco hábil, era sin conciencia. Después empezó a aburrirse, a echar de menos la vida ordinaria, y exageraba al decir las horas que pasaba en vela. Para resistir mejor su cruz, decidió tomarle afición al oficio de enfermero y lo consiguió: llegó a ser para él tan divertido como hacer pórticos ojivales de marquetería, el preparar menjurjes y pintarle el cuerpo a su mujer con yodo; soplar y limpiar caldos y consultar el reloj para contar los minutos y hasta los segundos; operación en que llegó a poner una exactitud que impacientaba a Petra y a Servanda. Esperaba con afán la visita del médico, primero para hacerse decir veinte veces que Ana iba mejor, mucho mejor, y además, para gozar con la conversación alegre, ajena a todas las enfermedades del mundo, que seguía a la parte facultativa de la visita. El sustituto de Somoza no era hablador, pero se divertía oyendo a Quintanar, y este llegó a profesar gran cariño a Benítez, que así se llamaba. El contraste de los cuidados vulgares, insignificantes; de la alcoba estrecha y llena de una atmósfera pesada; de la vida monótona de casa, con los grandes intereses de la Europa, la guerra de Rusia, el aire libre, la última zarzuela, encantaba a don Víctor, que llevaba la conversación a cosas frescas, grandes y de muchos accidentes. También le gustaba discutir con Benítez y sondearle, como él decía. Uno de los problemas que más preocupaban al amo de la casa, era el de la pluralidad de los mundos habitados.
Si el calor del verano o los excesos amorosos le debilitaban, aquella mujer incomparable le preparaba caldos sustanciosos, asados nutritivos y sabrosos postres. Si, por el contrario, sabía que su amo gozaba de perfecta salud y traía conquista entre manos, guisaba para él, con abundancia de vinos generosos, especias y estimulantes que contribuyesen a su vigor, a su alegría y a sus triunfos.
Palabra del Dia
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