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Actualizado: 23 de mayo de 2025
Perdón, señor, perdón.... He dejado arruinar todo mi valor indignamente, pero ha sido un momento; ya pasó; estoy tranquilo, estoy contento si le puedo servir a usted de algo, yo, pobre de mí, que tanto le debo.... Cállate.... ¡Si me lo vas a pagar todo!
Has dado la victoria a tu enemiga... aguanta el golpe. Tu víctima y tu verdugo serán felices y tendrán muchos hijos». Cállate, cállate o verás... dijo Fortunata amenazándole con el puño, y tratando de vencer el terror sugestivo y supersticioso que su marido le inspiraba . Yo también sé verdades y te voy a decir una. Pues dímela pronto. Digo que eres un hombre sin honor...
Cállate, cállate y no me saques la cólera, que al oírte decir que quieres a una tiota chubasca, me dan ganas de ahogarte, más por tonto que por malo... y al oírte hablar de conciencia en este tratado, me dan ganas de... Dios me perdone... ¿Sabes lo que te digo? añadió alzando la voz , ¿sabes lo que te digo? Que desde este momento vuelvo a tratarte como cuando tenías doce años.
Papá sabe más; el padre de René está mejor enterado de las cosas. Les vamos á largar la gran paliza. ¡Qué gusto que golpeen á mi tío de Berlín y á todos mis primos, tan pretenciosos!... Cállate gemía la madre . No digas disparates. La guerra te ha vuelto loca como á tu padre. La buena señora se escandalizaba al escuchar la explosión de sus salvajes deseos siempre que hacía memoria del emperador.
¡Vanas ilusiones! dijo Juanita. ¡Es imposible que vuelva! ¿Por qué ha de ser imposible? ¿Por qué el Cielo, la Providencia, no ha de hacer un milagro por ti, por ti, mi querida hermana, que eres tan buena? ¡Ah! exclamó Juanita. ¡Cállate!
Pero, ¿no hay leyes, no hay justicia más rigurosa? Mientes; cállate, o te hago amordazar de nuevo decía el corregidor enfurecido. Pero la multitud, que comenzaba a encontrar la conversación muy divertida, se aproximó más, y como el señor Pérez se encontraba en la posibilidad de huir, el gitano continuó: Dice usted que miento, señor Pérez, ¿quiere usted pruebas? ¡Te callarás, renegado!
No hace un mes que una madre argentina, alojada en una fonda de Chile, decía a uno de sus hijos que despertaba repitiendo en voz alta: «¡Vivan los federales! ¡Mueran los salvajes, asquerosos unitarios!»: «Cállate, hijo, no digas eso aquí, que no se usa; ya no digas más, ¡no sea que te oigan!»
Tú piensas, como noble princesa que eres, en que este criado tuyo no es indigno de ser tu marido, y yo no pienso que haya logrado merecerte. Y en lo que ni yo ni tú pensamos es en que el rey tu padre y este gigante infeliz tienen tan pobres... Cállate dijo la princesa; aquí está mi mano de esposa, marqués Meñique. ¿Qué es eso que piensas de mí, que lo quiero saber? preguntó el rey.
Entonces vos sois como Francisco I, ¿preferís las mujeres? decía yo con mi airecito cándido. ¡Voto a bríos! exclamaba mi tía, que había substituido algunas palabras demasiado enérgicas, por esta frase aprendida a su esposo y que le parecía muy aristocrática ¡voto a bríos! ¡cállate, necia! Pero el cura le hacía una seña misteriosa y la excelente señora se mordía los labios.
¡Por Dios, Raquel! no molestes a ese señor... ¡qué va a decir de nosotras! contestaba con un tono de aparente reproche la señora. ¡Señor, señor! ¿quiere dejarnos ver por ahí? insinuó la otra joven. ¡Ah, no, por Dios, no se incomode usted!... Judit, por Dios, cállate repetía la madre con un contoneo de cabeza continuo. El del anteojo continuaba impasible como una estatua, como si nadie le hablase.
Palabra del Dia
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