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Actualizado: 1 de junio de 2025


Buscaba entonces, hacia una y otra parte, los signos graves de la religión: los humilladeros, los paredones conventuales y la misma cruz vencedora, en lo alto de los campanarios, donde brillaba todavía el esmaltado azulejo incrustado por los infieles.

La luna brillaba en toda su plenitud y el camino se destacaba como ancha franja blanca. Nuestras cabalgaduras no habían dejado el menor rastro sobre la tierra endurecida. ¡Ahí están! murmuró Sarto. ¡Es el Duque! Me lo figuraba contestó.

Llamábasele simplemente Llera. Era un mozo asturiano, alto, huesudo, de rostro pálido y anguloso, brazos y piernas larguísimos, grandes manos y pies, brusco y desgarbado de ademanes y con unos ojos grandes de mirar franco y sincero donde brillaba la voluntad y la inteligencia. Era un trabajador infatigable, asombroso. No se sabía a qué horas comía ni dormía.

El fuego de la juventud y del amor brillaba en sus ojos, pero en sus fulgores, el doctor sabía advertir a veces algún que otro relámpago de fiebre.

En uno de ellos, cuatro gradas cubiertas de encaje sucio y un pedestal de pintura descascarillada, adornado con cabezas de angelitos, servían de trono a una Virgen de tamaño natural, envuelta en rico manto de terciopelo negro entrapado de polvo, sobre cuyo pecho brillaba un corazón de hojadelata atravesado por siete espadas de lo mismo: en cambio el rostrejo y la corona eran de plata.

La habitación del Duque seguía cerrada y obscura, pero en la ventana de Antonieta se veía el reflejo de la luz que brillaba en su cuarto. Entonces el leve rumor, apenas perceptible. Provenía del otro lado de la puerta que daba paso al puente, y no tardé en oír también el ruido de una llave cuidadosamente introducida en la cerradura. ¿Qué puerta era aquélla?

El Sol brillaba de tal modo que sus rayos quemaban la hierba. El Rey se abrasaba de calor y decía que quería ser cómo el hermoso astro. 25 Y el ángel descendiendo del Cielo le dijo: ¡Que tu deseo sea satisfecho! Y el Rey fue transformado en Sol, y sus rayos se derramaban sobre la tierra, abrasando las hierbecillas y haciendo brotar el sudor del rostro de los Reyes.

En el Saloncillo se esperaba con ansia el telegrama del prohombre, anunciando su salida. El rostro de todos los tertulios expresaba gozo y triunfo, brillaba con la esperanza de que pronto podrían dar algunos golpes contundentes a sus adversarios. Estos andaban mohinos y recelosos, disimulando, no obstante, lo mejor que podían su despecho. Afectaban no conceder importancia a la venida del Duque.

No tardó en salir a la carretera. La luna brillaba en lo alto del firmamento. De vez en cuando, grandes nubes espesas, flotantes tapaban su disco, pero al instante volvía a lucir. En las regiones superiores de la atmósfera soplaba un viento huracanado. Abajo parecían reinar el silencio y la paz. Josefina no salía de su desmayo. El conde le limpiaba con su pañuelo la sangre.

Todas estas coronaciones se solemnizaban con una pompa tan magestuosa que parece increible, atendidos los débiles principios de la monarquia aragonesa; y como en todas ellas la ALJAFERIA, siendo mansion real, brillaba con un lujo que aun ahora excita la admiracion, no parecerá fuera de propósito que hagamos un resumen de estos festejos y ceremonias.

Palabra del Dia

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