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Agitábanse las manos de las muchachas con vertiginosa rapidez: se veía un segundo revolotear el papel como blanca mariposa, luego aparecía enrollado y cilíndrico, brillaba la uña de hojalata rematando el bonete, y caía el pitillo en el tablero, sobre la pirámide de los hechos ya, como otro copo de nieve encima de una nevera.

Y en medio de aquella languidez espiritual y de aquella debilidad física, el deseo de ser santa ardía en su corazón con encendimiento tenaz, atormentándole con la punzada hiriente de una idea fija. Era aquella la única luz que, con parpadeo vacilante, brillaba en su existencia.

Expresión de lástima afectuosa y aun de admiración ingenua brillaba en los ojos de doña Paulita, que en aquel momento parecía manifestarse naturalmente.

Fuerte cosa era decidir cuál objeto tomaría. Por último, decidido, tiró de una brillante empuñadura y sacó un sable. Después revolvió el conjunto y vio un brillo seductor de galones. Diole un salto el corazón de ratero y tomó lo que brillaba. Era un sombrero que parecía escudilla, un ros de cartón, deforme, cuarteado, pero con tres tiras de papel dorado pegadas en redondo.

Ahora pensaba en la humanidad; en el largo y doloroso camino que aún tenía por delante; en la obscura selva por donde marchaba, encadenados sus pies con los hierros del pasado, tendiendo las manos doloridas hacia el ideal, hacia la justicia, que brillaba lejos, muy lejos, como una estrella perdida en la noche. El sol se había ya ocultado.

Poldy, aun saliendo poco, y para verse al espejo, y para que su marido la viese, se vestía a la última moda, con esmero, buen gusto y acendrada elegancia. Isidoro me llevó a la quinta, me presentó a Poldy y tuve el placer y la satisfacción de admirarla. Aunque frisaba ya en los cuarenta años, el sol de su hermosura brillaba en el cenit y ella parecía una diosa.

Sentóse á su vera; reposó allí el calor un poco. Cuando le pareció conveniente se alzó, y después de sacar del bolsillo su enorme reloj de plata con estuche de concha, comenzó á descender con el mismo sosiego la vuelta de su casa. Era ya muy cerca del mediodía. El sol brillaba en lo alto enfilando el pico de la Peña-Mea.

Los diez hombres que le acompañaban, aprovechando a todo evento esta advertencia, se arrojaron al fondo de la chalupa. Silencio, siempre silencio. No se oía... no se veía nada... más que la luz que brillaba siempre en la cámara, y que de cuando en cuando aparecía obscurecida por una sombra que la ocultaba.

Sentose sobre las rodillas del conde, y tirándole de la barba, exclamó conteniendo a duras penas los gritos, con una alegría reprimida que le brillaba en los ojos, que estallaba por todos los poros: ¿Lo ves? ¿Lo ves como hemos vencido? ¿Lo ves como se han salvado todos esos obstáculos que se te amontonaban en la cabeza y no te dejaban ver claro?

Aquel Byron no hubiese ido a la Grecia para liberarla, sino para explotarla; en sus ojos no brillaba el ansia de lo ideal, sino el reflejo de la sensualidad ansiosa de encontrar dinero.