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Actualizado: 1 de junio de 2025
Las damas acudían a la Fuente Castellana, tendidas en sus carretelas, con clásicas mantillas de blonda y peinetas de teja, y la flor de lis, emblema de la Restauración, brillaba en todos los tocados que se lucían en teatros y saraos.
En la cima de la montaña brillaba un relámpago, y al cesar se veía, en lugar de esa montaña, un palacio resplandeciente de oro y piedras preciosas, con columnas de cristal y capiteles de oro, con estatuas de mármol en los huecos y alrededor jardines encantados.
Pero más alegremente que el cielo reía su alma, inundada de gozo embriagador. En el fondo de su ser también brillaba el infinito azul. Desde que la Gracia le había visitado vivía en perpetua fiesta. Sus ojos, iluminados bruscamente, contemplaban el Universo en su naturaleza ideal.
Efectivamente allí vivían tales sujetos. Nada más preguntó. Dió las buenas noches y se retiró á la habitación que D.ª Robustiana le había preparado. Cuando ésta y su consorte se encontraron solos miráronse con ojos donde brillaba la sorpresa y el triunfo. ¡Ella es! exclamó Regalado con voz de falsete. ¡Ella es! respondió D.ª Robustiana sin alzar más la voz.
Era inútil preguntar a Carlos si estaba contento de aquel día. Su dicha rebosaba como el champagne en una copa llena, y brillaba en el timbre de su voz, en el crujido de sus botas y en la antigua casa, poniendo la alegría en todos los muros y una sonrisa en los seres y en las cosas.
Con mayor furia todavía, tomó el sombrero y empezó a despedazarlo con gran coraje, pero, he aquí, que encontró, entre el forro y la copa, algo duro, una piedra, efectivamente, más grande que un huevo de gallina, aunque no tanto como uno de avestruz; era roja como la sangra de un pichón y brillaba al sol de una manera sorprendente. Era nada menos que un rubí.
Frayburu seguía en su desolación y en su tristeza. Dimos vuelta al Izarra y comenzamos a entrar en las puntas. Las luces del puerto se reflejaban en el mar; brillaba alguna que otra ventana iluminada de la ciudad. Fuimos penetrando por las calles estrechas formadas por las barcas en el muelle silencioso. La marcha del patache era lenta; yo les ayudaba a los marineros en la maniobra.
En vez del rostro pálido y descompuesto que pensaba hallar, pudo observar la fisonomía más plácida y feliz que jamás había visto en su vida. En la mirada que el excusador le dirigió, después de encender, brillaba una alegría tan pura como si hubiese venido a noticiarle que le habían hecho obispo. El juez dio un paso atrás y le clavó los ojos con desconfianza.
Mis esfuerzos estaban agotados y como un edificio levantado por milagro, una mañana, al despertar, sentí que mi valor se derrumbaba. Pretendí recordar una idea perseguida el día antes: ¡imposible! Vanamente me repetía ciertas frases de disciplina que me aguijoneaban alguna vez, como se estimula a los caballos de tiro que se plantan. Había llegado el verano. En las calles brillaba un hermoso sol.
Á veces en los ojos del médico brillaba un fulgor ominoso á manera del reflejo de una hoguera infernal, como si el terreno en que trabajaba este sombrío minero le hubiese dado indicios que le hicieran concebir fundadas esperanzas de hallar algo valioso.
Palabra del Dia
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