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Actualizado: 28 de mayo de 2025
En el viaje al Pozo de la Solana fui en la misma cabalgadura. Mi padre, el escribano, el boticario y mi primo Currito, iban en buenos caballos. Mi tía doña Casilda, que pesa más de diez arrobas, en una enorme y poderosa burra con sus jamugas. El señor vicario en una mula mansa y serena como la mía.
Se le cambió el color oyendo esto al hijo del boticario, de resultas de un aleteo y dos volteretas de algo que sintió en las honduras del pecho; protestó con energía de la sencillez de su pesadumbre, y rogó a don Claudio que se explicara con mayor claridad, para acabar de entenderle y de desengañarle; pero el comandante se hizo el sueco, y con dos golpecitos en la espalda y otra cordial alabanza de su valeroso arranque, dio por terminada la entrevista, despidiéndose de Leto «hasta la noche» y recomendándole mucho que no faltara.
Mi norma era no discutir cuestiones de política ni de religión. El que por las trazas debía de ser liberal, mucho más aún de lo que se mostraba en público, era el boticario Garmendia. No le convenía desenmascararse por completo; pero, en el fondo, no tenía ideas religiosas.
El boticario la consoló, prometiéndola volver al día siguiente y hacer por los niños todo cuanto pudiera. Lo que más le sorprendió a Miguel fue que en ninguna de sus frases hizo don Facundo la más leve alusión a los malos tratos que daba a los hijos ni a la conducta licenciosa que observaba.
También tengo un preparado de fósforo, que mata por envenenamiento de la sangre. Pero lo bueno está aquí, míralo; el verdadero ojo de boticario, la bendición de Dios. Esto sí que mata, y pronto. ¿Ves este polvo gris? Es la gelsemina, la maravilla de la toxicación. La bestia se estremece sólo de verla; porque sabe que con esto no hay bromas. Muerte instantánea».
¡Mira, papá le dijo con entusiasmo volviéndose hacia él , qué acuarelas tan lindas! ¡Con qué facilidad y con qué valentía están hechas! ¡Qué frescura de color!... ¡Ay, don Adrián! añadió mirando al boticario que se derretía de placer con el éxito de aquellas obras de su hijo . ¡Si viera usted lo que cuesta hacer estas cosas! ¡Si supiera usted las fatigas y los años que se pasan para llegar siquiera a la mitad de este camino!
Chico: repetían ¡lograste lo que deseabas! Estás en la arena y junto al rio.... ¡Buen partido! Te cayó el premio... te casarás.... ¿Cuándo es la boda? ¿Cuándo nos das el gran día? Me indignaban aquellas burlas; pero rechazarlas enérgicamente habría sido una tontería. Hice risa de mi cólera; me burlé de mí, repitiendo los dichos del boticario, y así logré que se calmara la tempestad.
Gracias por todo, ¡por todo, sí, señor! respondió el boticario trémulo de voz y conmovido, como si se despidiera de don Alejandro hasta la eternidad. Retrocedió Bermúdez hacia Peleches; y andando cuesta arriba y meditando, dejó escapar de su pensamiento, y como si fueran el resumen de sus meditaciones, estas palabras: ¿Qué apostamos ¡canástoles! a que ese pobre boticario vale mucho más que yo?
Concedo, D. Facundo, que en este caso particular, acaso tenga V. razón; pero consagrar la vida entera como V. a hacer obras de caridad, es digno de alabanza y recompensa. ¡Recompensa! ¡recompensa! exclamó con fuego el boticario.
Que no anda, y que no anda, y se tiene que parar». ¿Pero qué es lo que usted tiene? preguntó Maximiliano con presunción de médico novel o de boticario incipiente, que unos y otros se desviven por ser útiles a la humanidad. ¿Que qué tengo? ¡Ah!, una cosa muy mala. La peor de las enfermedades. ¡Sesenta años!, ¿le parece a usted poco?
Palabra del Dia
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