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Actualizado: 28 de mayo de 2025
D.ª Marciala, más franca o más colérica, apenas quitaba los ojos de D. Narciso y D.ª Filomena, unos ojos escrutadores, inquietos, por donde pasaban de vez en cuando relámpagos de ira. En los centros de murmuración de la villa decíase que D.ª Marciala estaba enamorada del P. Narciso. Aunque esto no sea creíble, por tratarse de una señora que toda la vida se había manifestado muy circunspecta y religiosa, no hay duda que sus familiaridades con el clérigo podían dar lugar a torcidas interpretaciones entre la gente propensa a pensar mal del prójimo. Había casado ya tarde, cuando contaba más de treinta años, con D. José María, el boticario de la plaza.
Volviose y reconoció la fisonomía del boticario Hojeda, el fiel amigo de su tío Bernardo, el barón humilde y bondadoso que tantas veces le había ido a visitar cuando era colegial. ¡D. Facundo! ¡Miguelito!... Me alegro mucho que seas tú, querido... ¡Dios te lo pagará!... Dame acá el más pequeño. ¿De dónde venía V. a estas horas?
En cuanto salieron del Casino los de Peleches, le faltó tiempo a él para largarse hacia su casa. En dos zancadas llegó; en breves palabras enteró a su padre de todo lo que acababa de pasarle, y en pocas más le satisfizo el boticario la curiosidad, declarándole todo lo ocurrido aquella tarde en la botica.
Cabalmente llevaba encargo de don Adrián, muy encarecido y casi llorado, de interceder por ellos, de suavizar asperezas, y propósito muy bien hecho de complacer al bendito boticario, por creerlo conveniente y hasta de justicia. ¡En mal hora lo intentó!
El boticario le estuvo mirando algunos segundos con extraordinaria dureza; después exclamó: ¡Por egoísmo! Y soltándole el brazo, dio rápidamente unos cuantos pasos dejándole atrás. ¿Cómo? ¿cómo? dijo Miguel todo asombrado. El boticario sin volverse, pero haciendo un ademán expresivo con el brazo, volvió a exclamar con más fuerza: ¡Por puro egoísmo!
Ambas familias se visitaban a menudo, tratándose con la mayor cordialidad, y aun se llegó a decir que Juan Pablo no miraba con malos ojos a la mayor de las hijas del boticario, llamada Aurora, y de cuyas virtudes, talento y aptitud para el trabajo se hacía toda lenguas doña Lupe. Aprobadas la partición propuesta por Juan Pablo y la cancelación del crédito de Samaniego.
No pasaba todavía el hijo del boticario de ser un tertuliano satisfecho y un amigo diligente y afectuoso de los señores de Bermúdez, para andar con ellos por los caminos trillados en que se le ponía para que anduviera; pero esto solo, que en absoluto parece tan poca cosa, en un hombre como él acusaba unas modificaciones internas de mucha hondura.
Agregar a esto, un cuerpecito raquítico, enflaquecido, de carnes amojamadas, sobre unas piernas de alambre, que se movían nerviosamente: todas las trazas del doctor Eneene eran las de un boticario retirado, y boticario de pueblo, por añadidura; allí no se veían rastros del pensador, ni del hombre de Estado, ni del tribuno, ni de nada de esto; y si su aspecto exterior no lo decía, menos lo denunciaba su conversación, vulgarísima, sin una idea que flotara en aquel mar de lugares comunes, sin una chispa que revelara la inteligencia, a obscuras, o la ilustración, a ciegas.
Apuradillo se vio el maestro de escuela para impugnar el nuevo argumento del boticario; pero lo impugnó al fin con razones, si no juiciosas, agudas. Por dicha, los que estaban allí presentes eran propietarios más o menos ricos, y varios de ellos habían comprado bienes de la Iglesia.
Entre tanto, o de veras o fingiéndolo, había enfermado su hermana menor, y el boticario, que con permiso del médico visitaba también y tenía bastantes igualas, era quien asistía a la enfermita, y tenía que visitarla dos veces al día o por lo menos de diario. Don Policarpo no se daba por entendido de la verdadera enfermedad y distaba mucho de querer aplicarle el conveniente remedio.
Palabra del Dia
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