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Actualizado: 12 de mayo de 2025
Y el abogado defensor, es decir, Jacintito, impugnó la sentencia, declarándola improcedente, porque no había motivo para dictarla, e inicua, porque era la sanción de odios que los años debían haber apagado. En cuanto a la amistad del primo, demostró el propósito de perseverar en ella... porque no le quitaba a él ningún pedazo, ni le haría perder casamiento, como aseguraba su madre.
Entre estos sobresalia Recafredo, metropolitano de la Bética, de triste celebridad por la violencia con que impugnó la santa causa de los martirios voluntarios, suscitando uno de los mas deplorables cismas que afligieron jamás á la iglesia de Córdoba; y por haber oprimido y encarcelado al venerable obispo Saulo y al santo y sabio maestro de mártires Eulogio.
No solo con S. Gerónimo hizo esto, sino tambien con S. AGUSTIN, á quien impugnó disfrazándose con el nombre de PHEREPONO, y hablando de este santísimo y sapientísimo Doctor, y de su alto y profundo saber, como pudiera hablar de un niño que va á la Escuela.
Apuradillo se vio el maestro de escuela para impugnar el nuevo argumento del boticario; pero lo impugnó al fin con razones, si no juiciosas, agudas. Por dicha, los que estaban allí presentes eran propietarios más o menos ricos, y varios de ellos habían comprado bienes de la Iglesia.
En presencia de cualquier persona, Juanita seguía atendiéndola con el mayor respeto y dándole el tratamiento de su merced; pero en momentos de expansión, una vez que Juanita la oyó atentísimamente, impugnó sus razones y terminó por ceder a ellas, doña Inés, entusiasmada, se allanó hasta el extremo de mandarle que cuando estuviesen las dos sólitas la tutease.
Ingeniosamente impugnó Tiburcio estas razones, manifestando que el pordiosero y el fraile, sobre ser desvalidos y menesterosos, lo cual no es chica pena, pueden padecer además tormentos insufribles. ¿Has olvidado, acaso concluyó Tiburcio , cuánto te atormentabas en el claustro?
ARISTÓTELES impugnó las ideas Platónicas; y en los tiempos medios no se ha hecho mencion de ellas sino para rechazarlas, de manera que en las Escuelas nunca han tenido entrada, ni en su significado, ni en la voz Idea, para explicar los actos del entendimiento.
Llevada de esta consideración, Doña Blanca no impugnó la defensa de la coquetería; dió por satisfecha su modestia de madre, y acabó por aceptar como justos y merecidos los encomios de su hija Clara. Luego añadió: En suma, mi hija es un prodigio. En las alabanzas de V. no toma parte sino la justicia. Me alegro. ¿Qué mayor contento para una madre?
Después recayó de nuevo la conversación sobre el sermón de aquel día, sobre el desenfrenado lujo de las mujeres y sobre las elegancias de Juanita la Larga. En este punto, el maestro de escuela impugnó igualmente el sermón y defendió con más calor, ahínco y acierto a Juanita. Es decía una muchacha discreta, honrada y trabajadora.
Palabra del Dia
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