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Actualizado: 28 de junio de 2025
Pues sí, señor. ¡Vaya, vaya!...» Y así. Después empezó el boticario con Nieves: no a abrazarla, sino a hacerla mil preguntas y cumplidos y a ponerla en los cuernos de la luna por «guapa moza», acabando por sacarla parecidos con cada uno de los Bermúdez que él había alcanzado, contra la opinión del Bermúdez presente, que sostenía, con mejores títulos, que era «toda de los de allá», casi un retrato de su madre.
Salieron ambos del gabinete; entró don Alejandro en el de su hija; volvió a la sala a poco rato, dando al boticario la noticia de que Nieves estaba mejor, y se fueron los dos pasillo adelante. Al desembocar en la plazuela de la Colegiata, se despidió Bermúdez de su viejo amigo con un fuerte apretón de manos. Ya está usted en sagrado le dijo , y yo me vuelvo a mi escondite.
Serafina, que era también burlona y maldiciente, murmuraba, y haciendo mucha befa había referido por todas partes que la hija menor del escribano, de cuya mala salud y ruin catadura se ha dado ya cuenta, estaba prendada del boticario y le deseaba como marido, aunque sólo fuese para no ser menos que su hermana mayor, doña Nicolasa, la cual iba pronto a casarse con Pepito, el hijo del albardonero, famoso doctor en leyes.
Allí fue donde el boticario padre enderezó estas pocas al farmacéutico hijo: Verdaderamente es raro, ¡caray! sí, señor... es raro.
Todos los momentos que la farmacia le dejaba libre, aprovechábalos para correr a casa de su amigo y prestarle cualquier servicio que estuviese a su alcance: era tan bueno, tan cariñosote, tan respetuoso, que apesar de la distancia que los separaba y que el boticario se complacía en reconocer, D. Bernardo condescendió magnánimamente a tratarle, a dejar que le acompañase en el paseo y hasta a dar alguna que otra vez una vuelta por la botica y jugar allí un tresillo.
Casi todas las tardes se arma allí tertulia y grata conversación, siendo los más constantes el escribano, el boticario, nuestro don Paco y el señor cura, quien al toque de oraciones recita el Angelus Domini, al que responden todos quitándose el sombrero y santiguándose y persignándose.
Ello fue que antes de las dos de la tarde, los de Peleches saboreaban con delicia la frescura de la sombra de los hidalgos paredones; y el comandante Fuertes y el hijo del boticario bajaban por la Costanilla en busca de las respectivas madrigueras.
De esto y otras cosas parecidas quisiera yo hablar con usted cuanto antes. ¡Qué canástoles, hombre! ¿Tan urgente es el caso? Urgente, así en absoluto, no señor... Pues entonces, ¡qué demonio! empleemos la sobremesa en puntos de más enjundia... Deme usted alguna noticia más de las gentes de nuestro tiempo. Verbigracia, del famoso boticario... Yo, con permiso de ustedes, los voy a dejar.
Aquí quedé como enterrada, puesto que el mago que me servia cuidó de que nada me faltase. Al rayar el dia, entró en mi quarto el boticario de su magestad con una pócima de beleño, opio, cicuta, eléboro negro, y anapelo; y otro oficial se encaminó á vuestra casa con un cordon de seda azul; nias no halláron á nadie.
Poco fue lo que dijo a su padre, encerrados los dos en el despacho de la trastienda, como explicación del portazo de Peleches; pero de tal modo y con tal arte de voz, de miradas y de greñas, que dejó al pobre boticario más aturdido de lo que estaba.
Palabra del Dia
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