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Actualizado: 28 de junio de 2025


Y mientras don Alejandro Bermúdez daba otras dos vueltas en corto, él se pasó nuevamente el pañuelo por toda la cara, reluciente de sudor frío. El de Peleches, al regreso de su última vuelta, dijo al boticario: Empecemos, señor don Adrián, por declararle a usted, como le declaro, que soy tan amigo de usted como lo era antes, y que no le estimo menos de lo que le estimaba.

Por cierto que no parecía sino que estaba tirando del mismo hilo de que había tirado Leto poco antes, al ver cómo iban apareciendo en el desfile la mayor parte de las cosas y de los sucesos que acababan de desfilar por la cabeza del hijo del boticario.

»Y hagamos un alto aquí, porque me asalta de repente una sospecha reparando en el calor de lo que dejo escrito sobre el hijo del boticario de Villavieja, y recordando lo maliciosa que eres .

Pido disculpa al señor ministro por la irreverencia, pero cúmpleme repetirlo: su aire era el de un boticario, acostumbrado a lidiar con potingues y menjurges, y así eran los emplastos de sus decretos y las cataplasmas de sus discursos; o si no, también, el de un sacristán, hecho a soliviar los cepillos de su iglesia, y así usaba las uñas largas; pero, ¿el de un ministro? nequaquam.

¿Qué hace usted, señor? ¿Por qué no va a su tertulia? Todavía están en los poyetes el señor cura, el boticario y el escribano. Váyase usted a hablar con ellos. Ya es tarde, pronto se volverá y desisto de ir hasta allí. Prefiero volver charlando contigo. ¿Y de qué hemos de charlar nosotros? Yo no decir sino tonterías.

Se compone, como si dijéramos, de los altos funcionarios: de mi padre, que es el cacique, del boticario, del médico, del escribano y del señor vicario. Pepita juega al tresillo con mi padre, con el señor vicario y con algún otro. Yo no de qué lado ponerme. Si me voy con la gente joven estorbo con mi gravedad en sus juegos y enamoramientos.

Pues en dos palabras termino contestó el boticario tomando nueva postura en la silla . Así las cosas, mi señor don Alejandro, y téngalo usted bien entendido, eso es, bien entendido, desde luego, por anticipado, le doy a usted la razón por ser una persona incapaz de faltar a la justicia... Yo me confieso culpable, y mi hijo, , señor, también se confiesa: los dos, nos confesamos culpables; los dos le habremos faltado a usted... no admite duda, cuando, teniéndole ¡caray! por el más cariñoso y noble, eso es, de los amigos, y el más caballero de los hombres, nos castiga... Pero ¿por qué? ¿En qué ha consistido la falta, eso es, o la ofensa?

Acabado este punto, se tocó el del hijo. ¿Y eso le ha metido en cuidado? le preguntó el boticario sobándose el codo y sonriendo blandamente. No diré que en cuidado respondió el de Peleches muy afable ; pero en cierta curiosidad... Es natural eso, ¡je, je!... Pues respecto de ese muchacho, ¡caray! yo no qué decirle a punto fijo... a punto fijo... eso es.

Dijimos al fin que nos dolían las tripas y que estábamos muy malos de achaque de no haber hecho de nuestras personas en tres días, fiados en que a trueque de no gastar dos cuartos en una melecina, no buscaría el remedio. Mas ordenólo el diablo de otra suerte, porque tenía una que había heredado de su padre, que fue boticario.

Puestos así en tela de juicio en Peleches, don Claudio Fuertes trazó las líneas generales del extenso programa, y el hijo del boticario, que fue llamado a aquel respetable consejo como elemento indispensable de acción y de inteligencia, completó la obra acomodándola en todo, por todo y para todo, a los deseos y a los gustos de Nieves.

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