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Actualizado: 22 de junio de 2025


El pantalón tenía los bordes levantados sobre unas babuchas blancas que contenían sus pies desnudos. En el lugar del corazón llevaba bordada una cifra, cuyas letras no pudo desenmarañar Ulises. Encima de esta cifra avanzaba su punta un pañuelo asomado á la abertura del bolsillo.

Iba estirado, satisfecho dentro de su traje de lanilla inglesa, algo incómodo por el cuello de la camisa almidonado y de bordes punzantes; pero le bastaba lanzar una mirada a sus botas de charol y a la corbata, siempre de colores vivos, para darse por satisfecho de todas las molestias que le causaba su transformación. La mamá y las hermanitas le contemplaban con asombro. ¿Qué creían ellas?

Su profundidad enorme empezaba en los mismos bordes. Un nadador podía arrojarse en estos charcos sin tocar el fondo. El agua era verdosa, agua muerta, agua de lluvia, con una costra de vegetación perforada por las burbujas respiratorias de los pequeños organismos que empezaban á vivir en sus entrañas.

Y Salvatierra, como si olvidase la presencia del gitano y hablara para él mismo, recordó su arrogante salida del presidio, desafiando de nuevo las persecuciones, y su reciente viaje a Cádiz para ver un rincón de tierra, junto a una tapia, entre cruces y lápidas de mármol. ¿Y era aquello todo lo que quedaba del ser que había llenado su pensamiento? ¿Sólo restaba de mamá, de la viejecita bondadosa y dulce como las santas mujeres de las religiones, aquel cuadro de tierra fresca y removida y las margaritas silvestres que nacían en sus bordes? ¿Se había perdido para siempre la llama dulce de sus ojos, el eco de su voz acariciadora, rajada por la vejez, que llamaba con ceceos infantiles a Fernando, a su «querido Fernando»?

La gran sábana de agua que se extendía hasta El Moral tomaba un color terroso por los bordes, obscuro y profundo por el centro. María cogió de nuevo el libro, acercó una silla a la ventana y, sentándose en ella, se puso a leer, porque la luz ya se lo permitía.

Y las tres se abalanzaron a la pobre bestia, soltando sus faldas, cuyos bordes barrieron la suciedad del suelo. Doña Manuela, casi arrodillada en el estiércol, sin acordarse de su elegante traje, cogía la cabeza de Brillante, que se elevaba trabajosamente como para saludar a sus amas por última vez.

¡Ah! ¿Os rebeláis? exclamó el Capitán . ¡Van-Horn, Cornelio, Hans, desembarcad las lantacas, y si estos hombres intentan alejarse, haced fuego contra las chalupas! El Piloto y los dos hermanos no se hicieron repetir la orden. Se agarraron a los bordes de las chalupas y con dos vigorosos empujones las embarrancaron en la playa, sacando a tierra las dos lantacas.

Como sabes, los volcanes tienen un cráter más o menos circular y en su interior están huecos. Los pólipos, construyendo sólo en los bordes, conservan la forma circular y edifican estas preciosas islas, a las que se da el nombre de atoles.

Sacaron los vasos de leche blanca, espumosa, tibia, rebosando de los bordes con hirviente oleada. Ofreció Penáguilas el primero a Sofía, y los caballeros se apoderaron de los otros dos. Teodoro Golfín dio el suyo a la Nela, que abrumada de vergüenza se negaba a tomarlo. Vamos, mujer dijo Sofía no seas mal criada: toma lo que te dan. Otro vaso para el Sr. D. Teodoro dijo D. Francisco al criado.

Cayó la pala enseguida, perfectamente a plomo y en el sitio mismo que Chorcos señalaba con la mano; apoderóse de ella, y comenzó a expalar nieve a diestro y a siniestro, arrojándola por encima de los bordes de aquella aérea y minúscula península unida al continente de la montaña por un istmo que no tenía tres varas de anchura.

Palabra del Dia

rigoleto

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