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Actualizado: 22 de noviembre de 2025


En una cacerola se rehoga este picadillo con un poco de manteca; se divide en tantas partes como bocadillos se quieran hacer; se va colocando cada ración entre dos planchas de pasta hojaldrada; se sueldan apretando los bordes, se doran y ponen al horno. Cuando hayan terminado de cocer se levantan un poco las tapas, se echa dentro un poco de jugo, y se sirven los bocadillos antes que se enfríen.

En la diestra llevaba una carabina de repetición. Cubría su cabeza un sombrero que había sido blanco, con los bordes desmayados y roídos por las inclemencias del aire libre. Un pañuelo rojo anudado al cuello era el adorno más vistoso de su persona. Su rostro, ancho y mofletudo, tenía una placidez de luna llena.

Un animal sombrío igual, en opinión de Ferragut, á un alguacil del Santo Oficio iba por la parte alta de los estanques, pasando de vidrio en vidrio y reflejándose como un animal doble cuando llegaba á la superficie. Era la raya, de cabeza chata, ojos feroces y cola da látigo, moviendo el negro manteo de sus alas carnosas con una lentitud que rizaba los bordes.

En esto llegó el Padre Nones, a quien Guillermina había mandado llamar para que la auxiliase; pero todo inútil. Ni la pobre enferma podía oír lo que le decían, ni estaba su cabeza para cosas de religión. La santa tuvo una idea feliz. Le dio a beber una copa de Jerez, llena hasta los bordes.

«Señora le dijo la niña con voz dulce y tímida, pronunciando con la más pura corrección , ¿ha visto usted mi delantal?». Cogiendo por los bordes el delantal, que era de cretona azul, recién planchado y sin una mota, lo mostraba a la señorita. «... ya lo veo dijo ésta admirada de tanta gracia y coquetería . Estás muy guapa y el delantal es... magnífico».

La llamó repetidas veces, inclinada sobre ella, mirándola como se mira y como se llama desde los bordes de un pozo a la persona que se ha caído en él y se sumerge en las hondísimas y negras aguas. No responde dijo Pablo con terror. Golfín tentaba aquella vida próxima a su extinción y observó que bajo su tacto aún latía la sangre.

El reloj de la torre llamada el Miguelete señalaba poco más de las diez, y los huertanos juntábanse en corrillos ó tomaban asiento en los bordes del tazón de la fuente que adorna la plaza, formando en torno al vaso una animada guirnalda de mantas azules y blancas, pañuelos rojos y amarillos ó faldas de indiana de colores claros.

Los hechizos de aquel brazo, prodigio de elegancia y blancura, iban quedando al descubierto sin recibir el homenaje de admiración que un escultor le hubiera seguramente otorgado. Cesó de dar vueltas. En una de ellas apareció sobre el fondo blanco y lustroso una gran mancha morada con bordes amarillentos. Laura, al ver aquella mancha, no pudo reprimir un leve gesto de espanto.

Había entrado Riquín paso a paso, porque sus piernas eran cortas y débiles. Se le había desatado el faldellín, corriéndose por la cintura abajo. Estaba, pues, en traje talar que le arrastraba, y por los bordes de él asomaban sus patitas vacilantes.

Las hierbas, en apiñados y compactos grupos, y multitud de arbustos, llenan los intersticios entre los troncos; el más pequeño espacio vacío se puebla inmediatamente de plantas deseosas de aproximarse al arroyo bienhechor. Pero el agua realiza también su obra lejos de sus bordes.

Palabra del Dia

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