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Actualizado: 20 de mayo de 2025
Rara vez se volvían en la misma tarde. Consideraban necesario quedarse para celebrar el triunfo, y las primeras horas nocturnas del domingo eran las de mayor ganancia para el boliche. También resultaban las más temibles para don Roque, y su recuerdo lo hacía vacilar en la concesión de nuevos permisos, aún á riesgo de perder lo que le daba en cambio el Gallego.
Todos al abandonar el boliche volvían sus ojos instintivamente hacia el río obscuro que se deslizaba sordamente, durante miles y miles de años, entre tierras yermas, negándolas su caricia gestadora de tantas maravillas. Mientras llegaba la hora de ser millonario gracias á la irrigación, una de las mejores ganancias del dueño del boliche consistía en organizar los domingos corridas de caballos.
Hiciéronlo ansí, y pusierónse sobre una loma, desde la cual se vieran bien las dos manadas que a don Quijote se le hicieron ejército, si las nubes del polvo que levantaban no les turbara y cegara la vista; pero, con todo esto, viendo en su imaginación lo que no veía ni había, con voz levantada comenzó a decir: -Aquel caballero que allí ves de las armas jaldes, que trae en el escudo un león coronado, rendido a los pies de una doncella, es el valeroso Laurcalco, señor de la Puente de Plata; el otro de las armas de las flores de oro, que trae en el escudo tres coronas de plata en campo azul, es el temido Micocolembo, gran duque de Quirocia; el otro de los miembros giganteos, que está a su derecha mano, es el nunca medroso Brandabarbarán de Boliche, señor de las tres Arabias, que viene armado de aquel cuero de serpiente, y tiene por escudo una puerta que, según es fama, es una de las del templo que derribó Sansón, cuando con su muerte se vengó de sus enemigos.
Allá en Buenos Aires estudiaban el asunto con toda calma, y los peones, perdida la paciencia, echábanse al hombro el saco de ropa para huir á pie ó en ferrocarril de un lugar donde ya no entraba dinero y cada vez era más general la pobreza. El almacén había descendido á boliche y tenía un aspecto fúnebre.
Unas veces era el pericón ó el gato, antiguos bailes argentinos, lo que danzaban los hijos del país; pero las más de las noches la cueca chilena enardecía horas enteras, con su palmoteo y sus gritos, al público del boliche. El dueño del establecimiento entregaba dos guitarras, guardadas cuidadosamente debajo del mostrador.
Pocos meses después de haber empezado los trabajos en el campamento de la Presa, los habitantes de las diversas colonias establecidas á orillas del río Negro hablaron con admiración del nuevo boliche del Gallego, apreciándolo como el establecimiento más hermoso de la comarca. El dueño había embellecido su interior con una novedad tan instructiva como interesante.
Ahora, Friterini, mio caro, ve colocando banderas á tu gusto... ¡á lo que salga! pues todos somos iguales, y ésta es «la tierra de todos», como dice don Manuel. En verano las moscas invadían en proporciones inauditas el interior algo lóbrego del boliche, huyendo de la atmósfera ardorosa de una tierra siempre sedienta.
Y volvió al boliche para sentarse entre sus amigos, en espera de la hora. Robledo y Watson acababan en aquel momento de cenar, y oyeron que alguien llamaba á la puerta de su vivienda.
115 Era un amigo del jefe que con un boliche estaba; yerba y tabaco nos daba por la pluma de avestruz, y hasta le hacía ver la luz al que un cuero le llevaba. 116 Sólo tenía cuatro frascos y unas barricas vacías, y a la gente le vendía todo cuanto precisaba... algunos creiban que estaba allí la proveduría. 117 ¡Ah, pulpero habilidoso!
Del techo y las paredes de madera se desprendían insectos sanguinarios sobre las curtidas epidermis, para perforarlas y chupar su jugo. Otras veces surgían del suelo, remontándose por las gruesas botas. En invierno, el boliche, por estar con las puertas cerradas, conservaba una atmósfera densa de humo de tabaco, que olía á ginebra, á vino agrio, á ropa mojada y á cuero de zapato.
Palabra del Dia
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