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Actualizado: 20 de julio de 2025


Creo que ... no estoy seguro... esta mujer vivió con un soldado de la policía, al que lo mataron en un boliche, y después se unió con Anastasio... es todo lo que . Está el almuerzo, niño dijo el sirviente; y los dos amigos pasaron al comedor. Al terminar el almuerzo se presentó Baldomero y preguntó: ¿Dónde la va a poner a Ramona, don Melchor?

El comisario hubo de conformarse con estas justificaciones; el dueño del boliche las aceptó igualmente, creyendo que era mejor tenerlo por amigo que por adversario, y allí estaba Manos Duras contemplando con una atención algo burlona los preparativos de la fiesta. Los otros gauchos, igualmente silenciosos, parecían reir interiormente de tales labores.

Un antiguo parroquiano del boliche resumía con gravedad filosófica la ineficacia de estos esfuerzos valiéndose de un refrán del país: «Al que nace barrigón, es en balde que lo fajenEl dueño del almacén, al verle entrar, le presentó un vaso de ginebra, y los gauchos de peor catadura se llevaron una mano al sombrero para saludarle, como si fuese su jefe.

Elevaba los brazos, profiriendo súplicas, voces de mando y maldiciones, todo mezclado. Las mestizas anexas al boliche, que completaban la venta del alcohol con el ofrecimiento de sus gracias, salieron también, asustadas y dando gritos, para huir hacia los extremos de la calle.

Algunas mestizas le hablaron, manifestando su indignación contra aquella señorona que perturbaba á los hombres. Pero el famoso gaucho encogió sus hombros, sonriendo despectivamente, y siguió adelante. En el boliche le esperaban tres amigos suyos que vivían la mayor parte del año al pie de los Andes y habían venido á pasar unos días en su rancho.

Pero los tertulianos admiraban más otro oasis, á varias leguas de distancia, aguas abajo, en un lugar donde el río, por tener un desnivel natural, podía ser sangrado para el riego. Un vasco había abierto fácilmente canales, regando leguas y leguas plantadas de alfalfa. Las excelencias de este pasto eran un motivo de admiración en el boliche.

Hervía la horda en torno del boliche, que por sus aberturas barriqueadas lanzaba relámpagos de plomo. Los asaltantes, arrastrándose, intentaban poner fuego a sus puertas. En los momentos de descanso mataban las yeguas robadas en las inmediaciones y se bebían la sangre entre el griterío de una borrachera feroz.

También los había italianos ó de otras tierras, que, reconociendo la excelencia de los géneros expendidos en el boliche, no osaban, sin embargo, penetrar en su interior.

Lo único que le traía disgustado era la mala educación y la ignorancia de su clientela, que se empeñaba en llamar á su establecimiento «boliche», como en los primeros días de su fundación, sin querer reconocer los engrandecimientos importantes realizados por su dueño, ni el rótulo de «almacén» que figuraba sobre la puerta.

Y se estremecían con una emoción religiosa al oir los sonidos del piano y la voz de Elena. Era como la melodía de un mundo lejanísimo que iba llegando á través de las paredes de madera hasta esta muchedumbre simple de gustos, que en punto á música llevaba varios años sin oir otra que la de las guitarras del boliche.

Palabra del Dia

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