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Actualizado: 20 de julio de 2025


Tal vez cuando aumente la gente en aquellos lagos será descubierta alguna de esas bestias solitarias. Gustaba también el dueño del boliche de hacer preguntas á sus parroquianos más viejos sobre ciertos hombres misteriosos que habían pasado por esta tierra años antes, cuando acababan de ser expulsados los indios y se iniciaba la colonización.

Era un alférez de la Armada, llamado Villarino, el que acometía esta empresa difícil y de escasa resonancia en el último tercio del siglo XVIII, cuando ya casi toda la tierra de América estaba descubierta y colonizada. Don Manuel siguió diciendo el dueño del boliche llama á Villarino el último representante del heroísmo descubridor de los españoles.

Una gran parte de dicho equipaje iba amontonado en el techo del vehículo, y al avanzar éste rechinando sobre los profundos relejes abiertos en el polvo, se inclinaba con un balanceo cómico ó inquietante, como si fuese á volcar. En la puerta del boliche se agolparon los hombres libres de trabajo, atraídos por tal novedad.

Se presentó también el dueño del boliche con el rifle americano, entregándolo solemnemente á su compatriota como si le confiase toda su familia. Aprovechó don Carlos este alejamiento momentáneo de Robledo, y saltando sobre su caballo lo hizo salir á todo galope, sin prestar atención á los gritos que acompañaron su fuga.

Fuera del boliche ahora almacén , unas en espera de sus maridos para que no bebiesen demasiado, y otras al atisbo de los compañeros de sus noches, estaban las bellezas más notables de la Presa, mestizas de tez de canela y ojos de brasa, con cabelleras duras de color de tinta y dientes de luminosa blancura, unas exageradamente gordas; otras absurdamente flacas, como si acabasen de salir de una población sitiada por hambre ó como si una llama interior devorase sus jugos.

«¿Por qué no? se dijo . Lo mismo es ésta que las que bailan en el boliche del Gallego. ¡Todas mujeresContinuaron su paseo por la orilla del río la marquesa y sus dos acompañantes. De pronto, ella se levantó un poco sobre la silla para ver más lejos. En una pradera orlada de pequeños sauces por la parte del río había dos caballos sueltos y ensillados.

Ahora vivía con tres compañeros malcarados y parcos en palabras, que, según se murmuraba en el boliche del Gallego, procedían de un valle de la Cordillera. Tres hombres de bien que se han desgraciado dijo el gaucho hablando de ellos ; tres compadres que han venido á vivir á mi rancho hasta que las gentes malas se cansen de calumniarlos.

De una parte, a la cabecera de la cama, permanecían, en pie, Apolonio y Chapaprieta, el capellán de la casa de Somavia, en la mano, y con un dedo entre los folios, el libro donde había leído la recomendación del alma. De la otra parte, una monja le enjugaba el sudor que resbalaba a hilos de la frente y de la calva. El peluquín se veía suspendido en un boliche de la cama.

Entonces Robledo lloró. Cuatro años de trabajo, ¡y el agua lo disuelve todo, como si fuese azúcar!... Cuatro años de labor perdida... ¡y habrá que empezar otra vez! Su compatriota el dueño del boliche se consideraba tan arruinado como él. En su establecimiento, el cajón del mostrador estaba vacío. Además podía decir adiós á la esperanza de convertir sus arenosos campos en ricas «chacras» de riego.

Al fin, un vagabundo que iba de boliche en boliche por las diversas salitreras para robar con sus malas artes de jugador el dinero de los trabajadores, le dió noticias sobre el desaparecido, después de repasar los recuerdos de su propia vida complicada y aventurera.

Palabra del Dia

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