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Las blondas que figuraban en los de las damas, estaban algo confusas al principio; pero, cediendo a las quejas de las damas susodichas, el pintor lo arregló con ingenioso artificio.

Todavía no estaban abiertas las tiendas... Esperaría a que se levantase la señora... Insistió Lita... Y entre niña y niñera entablose una tremenda disputa, de la cual resultó llorando la niña... Al oírla, su mamá, que dormía en el cuarto contiguo con el oído siempre despierto, se apareció envuelta en elegantísimo peinador de blondas.

En la procesión solemne salía ésta con traje de raso blanco, cubierto de finísimas blondas valencianas, banda bordada de piedras preciosas, cinturón y cetro de oro, arracadas y gargantilla de perlas. Todas echaban, como se dice, la casa por la ventana y llevaban un caudal encima.

Aquí tiene a monsieur Manzanares, hombre generoso, que, según parece, está enamorado de usted y se dará por contento si puede hacer su felicidad. El señor dijo Marcela sonriendo ya sabe que en el buque no acepto nada. Bueno; pues será en tierra. Y de seguro que está deseando llegar a Buenos Aires cuanto antes, para poner a sus pies todas las blondas y puntillas de su establecimiento.

Ocupaban el coche un caballero de noble aspecto, de barba gris, y una señorita que atraía las miradas de la multitud por su hermosura y la elegancia de su traje. Vestía de color obscuro y llevaba cubierta la cabeza con un gorro de blondas sobre las cuales resaltaba una rosa de Alejandría. Un grupo de galanos jinetes se detuvo para saludarla. Era Gabrielita. El coche pasó como un relámpago.

Ella había visto de niña llorar á su madre en el lujoso departamento del hotel, mientras hablaba el padre con aspecto de iluminado, anunciando para la semana próxima una ganancia de un millón. La esposa, convencida por la facundia de su grande hombre, acababa secando sus lágrimas, empolvando su rostro y adornándose con sus perlas y sus blondas de problemático valor.

En la primera comían el principal y su señora, las niñas, el dependiente más antiguo y algún pariente, como Primitivo Cordero cuando venía a Madrid de su finca de Toledo, donde residía. A la segunda se sentaban los dependientes menudos y los dos hijos, uno de los cuales hacía su aprendizaje en la tienda de blondas de Segundo Cordero. Era un total de diez y siete o diez y ocho bocas.

¡, es mucha Curra esa! dijo lastimeramente una señora vieja, avellanada, pringosa, que asomaba entre rasos y blondas, como en su papelillo calado un dulce de almíbar. Yo nunca creí que tuviera valor para presentarse aquí esta noche observó otra. ¡Bah!... A eso y mucho más llega su desvergüenza. ¿Su desvergüenza? preguntó Diógenes . ¿Y por qué? ¿Por qué?... Capaz serás de defenderla.

Vistióse sencillamente, siempre con aquel prolijo cuidado de los detalles pequeños que desprecian los talentos vulgares y tienen en mucho los privilegiados y prácticos: una modesta falda de seda negra, un abriguito de terciopelo con pieles y la mantilla recogida por completo sobre los hombros, chiffonné, con mucha gracia, cubriendo las blondas del velo parte del rostro, pero dejando ver perfectamente los rojos pelitos, contraseña suya característica, que cuidó muy bien de dejar a la vista con cálculo prudentísimo, para que en caso de oscuridad o de duda pudieran todos reconocerla.

Corrían del interior del buque las camareras con gorrito de blondas y los stewards de corbata blanca para presenciar este desfile, riendo con una buena fe germánica al ver a los señores agarrados del brazo y marchando con las caderas balanceantes. La cabeza de desfile desapareció de pronto, y el ruido de cobres fue debilitándose.