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Actualizado: 7 de junio de 2025
A continuación, una gran sorpresa para Desnoyers, pues vió entrar en la cocina, con aires de actriz solemne, de madre noble de tragedia, á su tía Elena, la casada con el alemán, la que vivía en Berlín rodeada de innumerables hijos. Está en París hace un mes. Va á pasar una temporada en nuestro castillo.
Era muy desgraciada y al decir esto acentuó con asombrosa facilidad el brillo lacrimoso de sus ojos . Tenía un novio en Berlín que ansiaba casarse con ella, pero los negocios de papá habían roto de pronto su dicha obligándola a embarcarse. ¡Qué infortunio el suyo! ¡Y ella que amaba a este novio con toda su alma!...
En las discusiones con su hermana y otras damas extranjeras que pedían el exterminio de Francia por su impiedad, la buena señora resumía su opinión siempre con las mismas palabras: «Cuando la Virgen quiso aparecerse en nuestros tiempos, escogió á Francia. No será tan malo este país como dicen... Cuando yo vea que se aparece en Berlín, hablaremos otra vez.»
Desnoyers permaneció silencioso. ¿Qué podía contestar al gesto de ironía cruel, á la mirada con que el gran señor iba subrayando sus palabras?... Cuando termine la guerra le enviaré un regalo de Berlín añadió con tono protector. Tampoco contestó el viejo. Miraba en las paredes el vacío que habían dejado varios cuadros pequeños.
Sus deseos podían realizarse. El marido les facilitaba el paso con su inesperada intervención. Y el joven Desnoyers se marchó á América para reunir dinero y casarse con Margarita. El primo de Berlín El estudio de Julio Desnoyers ocupaba el último piso sobre la calle. El ascensor y la escalera principal terminaban ante su puerta.
Y esto la llevó a hablar del otro hermano, «el gaucho», como ella le llamaba, que vivía en la Argentina, y era el único hombre capaz de inspirarla miedo. La amenazaba el hermano menor frecuentemente con revelar al otro todas las aventuras de Berlín y las travesuras del viaje apenas hubiesen llegado a Buenos Aires. ¡Y «el gaucho» era temible!
Eso de «cursi» podrá aplicarse al que sueñe con el jesuíta temible, en Londres ó en Berlín: pero aquí ¡vaya con la cursilería! ¡y no puedes moverte sin tropezar con ellos!... Sí; aquí dominan mucho dijo el millonario con gravedad.
Hablaba Mina con tristeza del mundo viejo que dejaban a sus espaldas. ¡Ah, Berlín!... Este nombre hacía revivir los recuerdos más tristes de su vida, años de pobreza desesperada, de humillaciones crueles, de vergonzosa decadencia. Marchaba hacia las tierras nuevas con la ilusión de algo mejor. Ojeda, al oír esto, sonrió imperceptiblemente.
Pero Pablo apenas había vivido en Mallorca: había viajado mucho; no era como los de su raza, inmóviles en la misma postura durante siglos, reproduciéndose sobre el montón de su vileza y su cobardía, sin fuerzas ni solidaridad para levantarse e imponer respeto. Jaime conocía en París y en Berlín ricas familias de judíos.
Hasta de Berlín llegaba la promesa, por conducto de una Legación neutral, de buscar á este joven en todos los campos de prisioneros. Sospechaban que debía estar confinado en Polonia en un campamento de castigo. Alicia se lanzó con vehemencia á medir el tiempo, como si la anhelada noticia fuese á llegar de un momento á otro. ¡Por Dios te lo pido, Miguel! Escribe, telegrafía hoy mismo.
Palabra del Dia
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