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Desnoyers permaneció silencioso. ¿Qué podía contestar al gesto de ironía cruel, á la mirada con que el gran señor iba subrayando sus palabras?... Cuando termine la guerra le enviaré un regalo de Berlín añadió con tono protector. Tampoco contestó el viejo. Miraba en las paredes el vacío que habían dejado varios cuadros pequeños.

Y separándose un poco, para ver el efecto de su malicia, miró al beneficiado con ojos llenos de picaresca intención, mientras los carrillos cárdenos e hinchados delataban un buche de risa, próxima a derramarse por las comisuras de los labios. Puede ser contestó don Custodio, subrayando las palabras, para darse por enterado de la intención del otro.

Declamaba, más bien que leía, con fuego y expresión, subrayando los pasajes que merecían subrayarse, realzando las palabras de letra bastardilla, añadiendo la mímica necesaria cuando lo requería el caso, y comenzando con lentitud y misterio, y en voz contenida, los párrafos importantes, para subir la ansiedad al grado eminente y arrancar involuntarios estremecimientos de entusiasmo al auditorio, cuando adoptaba entonación más rápida y vibrante a cada paso.

Como todo estudioso tenía por costumbre dice uno de sus biógrafos hacer acotaciones marginales a las obras leídas, subrayando los párrafos que le interesaban y anotando en las primeras hojas del libro leído el número de las que servirán a sus ulteriores consultas. Además, valíase de cuadernos en que hacía extractos, notas, agrupaba observaciones, prontas para ser utilizadas en sus escritos.

¡Ojalá respondió Nieves , que entonces, como estuve tentada a hacerlo, te lo hubiera confesado todo! ¿Luego es cierto? Si me prometes oírme sin enfadarte conmigo, ni con nadie dijo ella subrayando esta palabra con una sonrisilla algo forzada , yo te referiré el caso con todos sus pormenores, que no dejan de ser de importancia.

No; de ninguna manera; mi entusiasmo por la vida del campo no importa una condenación a la vida en las grandes ciudades. Pero prefieres la primera. ¡Con toda mi alma! Luego no te gusta vivir en Buenos Aires. Que no me gusta... replicó Melchor, subrayando las palabras, tanto como eso... a me gusta Buenos Aires como el mar, al que se parece. ¿Que Buenos Aires se parece al mar? ¡Ya lo creo!

Angelito Castropardo, en pie detrás de la gorda López Moreno, la designaba con gesto picaresco, guiñando un ojo como si preguntase si era ella; mas la Mazacán, con mucha pausa y sin que la voluminosa banquera pudiese comprender por la expresión de su rostro qué decía, ni a quién hablaba, le contestó, subrayando las palabras: No es gorda de España... Es grande de España.