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Actualizado: 26 de mayo de 2025
Sus ropas parecían no haberse desprendido de su rechoncho cuerpo desde que nació, y sus greñas mal peinadas, de color de barbas de maíz, despedían un olor a pomada de baratillo, más desagradable que su aliento. Isidora sentía hacia ella repulsión invencible; no la podía mirar, no la podía tocar, y al sentirla cerca, se estremecía de horror. Antes moriría de hambre que comer cosa guisada por ella.
-Digo, señora -respondió él-, que en las cortes de los otros príncipes siempre he oído decir que en levantando los manteles dan agua a las manos, pero no lejía a las barbas; y que por eso es bueno vivir mucho, por ver mucho; aunque también dicen que el que larga vida vive mucho mal ha de pasar, puesto que pasar por un lavatorio de éstos antes es gusto que trabajo.
Tal vez no sabemos tanto o somos menos atrevidos que ese parlanchín de las barbas, pero somos más serios, más sencillos. Nuestro catolicismo es para América más... ¿cómo me explicaré?... más... Más clásico interrumpió Ojeda, para sacar al cura de su apuro.
Y lo melancólico es que dice estas inflamadas palabras cuando ya tiene muchos hilos blancos en las barbas proféticas. Este hombre extraño ha recorrido el mundo a pie y cuenta las cosas más desconcertantes. Yo he comido carne de indio guarany; es muy dulzona... Estaba perdido en un bosque del Chaco central. Otra vez, los indígenas me condenaron a muerte y me salvé a lomos de un jaguar.
Vea, Fernando dijo Maltrana , cómo se mueve el abate francés, el conferencista de las barbas, entre las señoras, cuya admiración desea conservar. Para él no hay divisiones, y salta de un grupo a otro. Los «pingüinos» lo consideran suyo porque se lo han recomendado las grandes damas de la colonia de París.
A pesar de la temperatura, conservan sobre el cuerpo los gabanes de pieles de carnero, los gorros de astrakán. Todas estas pelambrerías, así como las barbas, parecen hervir bajo el sol. Y añada usted los desperdicios de la comida que fermentan; los cuerpos que humean... Dos veces al día, los marineros inundan la cubierta; pero a pesar del mangueo, al poco rato esa parte del buque huele a demonios.
Sa-Tó, me dice sus nombres: forman parte de la guardia selecta, que en las ceremonias da escolta al quitasol de seda amarilla con un dragón bordado que es el emblema sagrado del Emperador. Todos ellos cumplimentan profundamente a un viejo de barbas venerables, con sobrevesta amarilla, privilegio de los ancianos.
Por cierto que don Adrián subió la bocamanga izquierda hasta el codo, y el arco de las cejas hasta el casquete, a fuerza de rascarse y de admirarse al ver que Leto, de quien esperaba un estampido, en lo del convite no puso el menor reparo, y en lo de las acuarelas se despachó con tres «carapes» seguidos y unos muy dulces restregones de manos a las barbas.
Habíamos obtenido la misma victoria que ayer y bebíamos en grandes vasijas de barro rojo, cuando, de repente, oyose un grito de: «¡El enemigo vuelve!» Y Yégof, a caballo, con sus barbas fluviales, su corona de puntas, un hacha en la mano, brillantes los ojos como los de un lobo, se apareció ante mí, entre las sombras de la noche.
Toda la fuerza de su vida se había concentrado en la cabeza, enorme, de nobles líneas, sonrosada en la cúspide, entre los blancos mechones echados atrás. Su cara pálida tenía esa transparencia de cera de una vejez sana y vigorosa, a la que añadían nueva majestad las barbas plateadas, brillantes, luminosas como las que el arte da siempre al Todopoderoso.
Palabra del Dia
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