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Actualizado: 26 de mayo de 2025
Discutían con gravedad el precio y la clase de las telas; y tan grande era la simpatía, que si aquel grandullón de enormes barbas osaba decir una palabra un poco alegre, «la beatita» sonreía con toda su alma, mostrando una dentadura igual y brillante.
Pardiez, yo no me pienso moler por quitar las barbas a nadie: cada cual se rape como más le viniere a cuento, que yo no pienso acompañar a mi señor en tan largo viaje. Cuanto más, que yo no debo de hacer al caso para el rapamiento destas barbas como lo soy para el desencanto de mi señora Dulcinea.
Llegó la de la fuente, y con gentil donaire y desenvoltura encajó la fuente debajo de la barba de don Quijote; el cual, sin hablar palabra, admirado de semejante ceremonia, creyendo que debía ser usanza de aquella tierra en lugar de las manos lavar las barbas, y así tendió la suya todo cuanto pudo, y al mismo punto comenzó a llover el aguamanil, y la doncella del jabón le manoseó las barbas con mucha priesa, levantando copos de nieve, que no eran menos blancas las jabonaduras, no sólo por las barbas, mas por todo el rostro y por los ojos del obediente caballero, tanto, que se los hicieron cerrar por fuerza.
Pero, no había dado un paso en el patio, cuando alguien llamó a la puerta, y luego a la reja, con tal apresuramiento, que daba a entender la prisa que se traía. ¡Quilito! ¡Quilito! gritó la tía, corriendo desaforada al zaguán, en la esperanza que fuera el querido niño... No, no era Quilito: era un hombre alto, con muchas barbas, era Agapo.
Tu madre no murió de enfermedad alguna, sino de dolor de que supo que la Camacha, su maestra, de envidia que la tuvo porque se le iba subiendo a las barbas en saber tanto como ella, o por otra pendenzuela de celos, que nunca pude averiguar, #un día, convirtió a sus tres hijos en perros#. La Camacha se fué y se llevó los cachorros; yo me quedé con tu madre, la cual no podía creer lo que le había sucedido.
Entonces fueron los otros los que prorrumpieron en aplausos, mientras los devotos elevaban los ojos al cielo. ¡Hasta sobre las aguas se mostraba la impiedad de la villa!... Frente á un grupo peroraba un hombre de aspecto miserable, con movimientos desordenados, como si fuese un loco. Aresti reconoció al Barbas. Lo de hoy no vale nada gritaba.
Al cabo, como los dos extranjeros se volviesen hacia ella mostrando sorpresa de verla aún allí, no tuvo más remedio que abandonar el gabinete. Pero, ¿cómo abandonar el agujero de la cerradura? ¿Qué era aquello? ¿Por qué estos jóvenes le llamaban padre? Barragán jamás le había dicho que tuviera hijos. ¿Sería por desgracia un sacerdote renegado que se hubiera dejado crecer las barbas?
El filósofo de la busca estaba sentado dentro del vehículo, con las barbas esparcidas sobre las rodillas, aguardando a su criado el Bobo, que recogía el estiércol de los pisos altos. Zaratustra se incorporó al reconocer a Maltrana. Reía maliciosamente, guiñaba sus ojillos al verle por primera vez después de su fuga con Feliciana, que tanto había dado que hablar a las gentes de las Carolinas.
¡Compañero! ¿y yo? dijo el doctor. ¿Qué vas á hacer de mí? Usted es un guasón que se ríe de la vida... pero entre burlas y veras hace bien á los pobres y vive cerca de su miseria. Usted es casi de los nuestros. Gracias, compañero Barbas. Y dando á entender al solitario con un gesto que volvería para hablar con él, subió los peldaños de una casucha en cuya puerta le esperaba impaciente el pinche.
¡Pero hombre, parece mentira que con ese aspecto tremendón y esas barbas tengas miedo de tus hijastros! Es que no los conoces, Germán. ¡Mis hijastros son dos gauchos, dos leopardos! ¡Pero tú pareces un tigre! repuso riendo Reynoso. Mientras esto sucedía en las afueras del parque, dentro de él Tristán llevaba a cabo un gravísimo descubrimiento.
Palabra del Dia
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