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Actualizado: 26 de mayo de 2025
¿Tiene usted grandes calvas para los barbas? ¡Oh! disformes; tengo una que me coge desde las narices hasta el colodrillo; bien que ésta la reservo para las grandes solemnidades. Pero aun para diario tengo otras, tales que no se me ve la cara con ellas. ¿Y los graciosos?
Sucedióle, claro está, que no bien se hubo mostrado al público cuando éste la tomó con él. Primero le miraron, después se sonrieron, hasta concluir por interpelarle irónicamente, y por reirse á sus barbas.
Cerca de su casa encontró á Tchernoff. Don Marcelo estaba de buen humor. La seguridad de que iba á ver pronto á su hijo le comunicaba una alegría infantil. Casi abrazó al ruso, á pesar de su aspecto desastrado, sus barbas trágicas y su enorme sombrero, que hacían volver la cabeza á los transeuntes.
Recuerdo que este fue el tema de mi respuesta a las salutaciones corteses de los dos caballeros; pero no lo que dije. De lo que estoy seguro es de haberlo dicho muy mal. Valga la verdad. Así llegaba él, con la cara echando lumbres y los labios contraídos entre las barbas erizadas y los bigotes con carámbanos.
Respondió el cabrero que ya lo había dicho, y que si él no lo había oído, que no era suya la culpa. Replicó Sancho Panza, y tornó a replicar el cabrero, y fue el fin de las réplicas asirse de las barbas y darse tales puñadas que, si don Quijote no los pusiera en paz, se hicieran pedazos.
Ello es, don Federico, que barbas mayores quitan menores y el primer lugar compete a quien compete. ¿Tan mal le sabrá a usted que le quieran, señor mío? No por cierto, que estamos de acuerdo en aquel axioma que usted tanto repite, amor no dice basta. Pero... tía María, en querer siempre he sido mejor donador, que no recaudador. Eso no habla conmigo exclamó con viveza la buena mujer.
Y el primero con quien topó fue con el apuñeado de don Quijote, que estaba en su derribado lecho, tendido boca arriba, sin sentido alguno, y, echándole a tiento mano a las barbas, no cesaba de decir: ¡Favor a la justicia!
La apetitosa Honorina, vista por Chermidy, rudo lobo de mar, fue la preferida por su candor, y aquella oveja recalcitrante pasó a su poder bajo las barbas de sus rivales. »Su buena suerte, que hubiese podido darle muchos enemigos, no perjudicó en lo más mínimo su porvenir. Aunque vivía apartado, solo con su mujer, en una quinta aislada, obtuvo un bonito embarque, que no había pedido.
Era la figura de Cristo, de medio cuerpo, de admirable beldad y de un trabajo delicadísimo y prolijo. Las barbas y los cabellos se podían contar.
Forondo dormía en casa de Han de Islandia, un espantable hospedero de la calle de la Madera. El joven montaraz y notable poeta Javier Bóveda le conoció allí. Por cierto que se asustó mucho; moribundo de tuberculosis, con sus barbas rojas, negras, amarillas, y en calzoncillos, no era precisamente una Venus saliendo de las olas.
Palabra del Dia
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