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Actualizado: 19 de junio de 2025
17 Toda buena dádiva, y todo don perfecto es de lo alto, que desciende del Padre de las lumbres, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación. 18 El, de su voluntad nos ha engendrado por la Palabra de verdad, para que seamos las primicias de sus criaturas.
Y no dio más lumbres la rondeña, ni tampoco la cara una sola vez, por más que se la buscaba don Alejandro con gran empeño en cada pregunta que la hacía. Con todos estos misterios, se le aguzaron las aprensiones. Se encerró en su cuarto y se dio a cavilar sobre ellas. Peor. Hasta los granitos de arena se le antojaron montañas. La intranquilidad le consumía.
Sofocada y risueña la muchacha echaba lumbres por ojos, boca y mejillas. ¿Perucho? ¿Peruchón? ¿Ritiña, Ritona? contestó don Pedro devorándola con el mirar. Dicen las chicas que vengas.... Estamos muy enfaenadas arreglando el desván, donde hay todos los trastos del tiempo del abuelo. Parece que se encuentran allí cosas fenomenales. Y yo ¿para qué os sirvo? Supongo que no me mandaréis barrer.
Conociendo S. E. que por aquel camino no llegaba al fin que se proponía, se resolvió a echar por el atajo, y, en consecuencia, se expresó así: Debe usted considerar, además, que el tomar ese papel será un acto eminentemente patriótico, atendidas las circunstancias extraordinarias que obligan al Gobierno a crearle. Sin duda alguna; pero... respondió don Simón, sin dar más lumbres.
Salió el barco como una exhalación, levantando lumbres del agua; saltaron a bordo grandes chorros de ella; oyose un grito horripilante, y desapareció Nieves entre las espumas que revolvía el yacht por la banda sumergida. ¡Divino Dios! clamó entonces Leto en un alarido que no parecía de voz humana . ¡Vira, Cornias! Y se lanzó al mar detrás de Nieves. Bajo el tambucho
Y, apartándose los dos a un lado del camino, tornaron a mirar atentamente lo que aquello de aquellas lumbres que caminaban podía ser; y de allí a muy poco descubrieron muchos encamisados, cuya temerosa visión de todo punto remató el ánimo de Sancho Panza, el cual comenzó a dar diente con diente, como quien tiene frío de cuartana; y creció más el batir y dentellear cuando distintamente vieron lo que era, porque descubrieron hasta veinte encamisados, todos a caballo, con sus hachas encendidas en las manos; detrás de los cuales venía una litera cubierta de luto, a la cual seguían otros seis de a caballo, enlutados hasta los pies de las mulas; que bien vieron que no eran caballos en el sosiego con que caminaban.
Mañana, cuando llegues, afanosa, con tus frescos laureles, a las cumbres, te abrazará una patria venturosa, ante una aurora de gloriosas lumbres... Te rendirán la vida y el misterio, del porvenir los prados ideales, y las musas, en todo el hemisferio, te cantarán con trovas inmortales.
En estas y otras pláticas les tomó la noche en mitad del camino, sin tener ni descubrir donde aquella noche se recogiesen; y lo que no había de bueno en ello era que perecían de hambre; que, con la falta de las alforjas, les faltó toda la despensa y matalotaje. Y, para acabar de confirmar esta desgracia, les sucedió una aventura que, sin artificio alguno, verdaderamente lo parecía. Y fue que la noche cerró con alguna escuridad; pero, con todo esto, caminaban, creyendo Sancho que, pues aquel camino era real, a una o dos leguas, de buena razón, hallaría en él alguna venta. Yendo, pues, desta manera, la noche escura, el escudero hambriento y el amo con gana de comer, vieron que por el mesmo camino que iban venían hacia ellos gran multitud de lumbres, que no parecían sino estrellas que se movían. Pasmóse Sancho en viéndolas, y don Quijote no las tuvo todas consigo; tiró el uno del cabestro a su asno, y el otro de las riendas a su rocino, y estuvieron quedos, mirando atentamente lo que podía ser aquello, y vieron que las lumbres se iban acercando a ellos, y mientras más se llegaban, mayores parecían; a cuya vista Sancho comenzó a temblar como un azogado, y los cabellos de la cabeza se le erizaron a don Quijote; el cual, animándose un poco, dijo:
Recuerdo que este fue el tema de mi respuesta a las salutaciones corteses de los dos caballeros; pero no lo que dije. De lo que estoy seguro es de haberlo dicho muy mal. Valga la verdad. Así llegaba él, con la cara echando lumbres y los labios contraídos entre las barbas erizadas y los bigotes con carámbanos.
Palabra del Dia
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