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Actualizado: 1 de junio de 2025
Y no dio más lumbres la rondeña, ni tampoco la cara una sola vez, por más que se la buscaba don Alejandro con gran empeño en cada pregunta que la hacía. Con todos estos misterios, se le aguzaron las aprensiones. Se encerró en su cuarto y se dio a cavilar sobre ellas. Peor. Hasta los granitos de arena se le antojaron montañas. La intranquilidad le consumía.
¡No! ¿Oyes?... ¡Escucha tú también, Van-Horn! Todos aguzaron los oídos. Mientras por el lado de tierra seguían oyéndose los gritos salvajes de los australianos, hacia la bahía percibíanse risotadas, cantos y gritos proferidos por voces roncas, como de borrachos. ¡Gran Dios! exclamó Van-Horn . ¿Qué han hecho nuestros chinos? ¿Se habrán vuelto locos de miedo? dijo Cornelio.
Era cosa de padre, ¿verdad? ¿Se había decidido, por fin, a buscarlos? ¿Iba a presentarse de un momento a otro?... Los rodeos que empleó Isidro para contestar aguzaron su instinto. En un momento columbró la verdad. No digas más, Isidro murmuró . No te esfuerces: no temas por mí. Yo soy fuerte. ¿Es que lo han matado en el bosque?... Acogió con serenidad la trágica noticia.
Al mover las patas, mueven al mismo tiempo las alas, y vuelan, pero de cada vuelo sólo pueden atravesar unos doscientos pies o poco más, como os he dicho. ¿Y sólo se crían en esta isla? Yo he visto muchos en el puerto de Dori y en los bosques de la c. ¡Silencio! ¿Otra vez? Sí; pero ahora no se trata de monos voladores. Aguzaron los oídos y escucharon atentamente, conteniendo la respiración.
Palabra del Dia
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