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Actualizado: 26 de mayo de 2025
Los hay pálidos y linfáticos; los hay sanguíneos y mofletudos; unos se calan el gorrito hasta las cejas; otros lo echan hacia atrás; éstos parecen calvos; de aquéllos se diría que gastan barbas, y todos están más alegres que unas pascuas, y en su charlar ignoto exclaman sin duda: «Compañeros, á vivir se ha dicho. ¡Buena panzada de aire, de luz y de agua nos estamos dando!»
Dejemos a estos caballeros en su figón almorzando y descansando, que sin dineros pedían las pajaritas que andaban volando por el aire y al fénix empanado , y volvamos a nuestro astrólogo regoldano y nigromante enjerto, que se había vestido con algún cuidado de haber sentido pasos en el desván la noche antes, y, subiendo a él, halló las ruinas que había dejado su familiar en los pedazos de la redoma, y mojados sus papeles, y el tal Espíritu ausente; y viendo el estrago y la falta de su Demoñuelo, comenzó a mesarse las barbas y los cabellos, y a romper sus vestiduras , como rey a lo antiguo.
Luego vió destacarse de un grupo de sotanas á su enorme primo, que marchaba con la cabeza descubierta, brillando la condecoración de la Virgen entre la celosía de sus barbas, con la mirada arrogante, una mirada dura y hostil desconocida por Aresti. El médico no pudo ver más. Creyó de pronto que se abría el suelo de la plaza y que huían todos, chocando unos contra otros con el terror de la fuga.
Allá adentro, en lo que no se ve del teatro, hay como un mostrador, con cajas de pintarse y espejos en la pared, y un rosario de barbas, de donde el que hace de loco toma la amarilla, y la colorada el que hace de fiero, y la negra el que hace de rey hermoso, y el que hace de viejo toma la barba blanca. Y se pinta la cara el que hace de gobernador, de colorado y de negro.
Eran hombres que se habían echado el alma á las espaldas, de rostros tostados por el sol y grandes y espesas barbas; sus pantalones, cortos y anchos, estaban sostenidos por un cinturón, que á veces cerraban placas ó hebillas de oro, y del cual pendía siempre un gran cuchillo, y en algunos casos un sable.
El traje, las barbas, la gordura y pequeñez del nuevo gobernador tenía admirada a toda la gente que el busilis del cuento no sabía, y aun a todos los que lo sabían, que eran muchos.
«Compañía de garnacha son cinco ó seis hombres, una mujer que hace la dama primera y un muchacho la segunda: llevan un arca con dos sayos, una ropa, tres pellicos, barbas y cabelleras y algún vestido de la mujer de tiritaña; éstos llevan cuatro comedias, tres autos y otros tantos entremeses, el arca en un pollino, la mujer á las ancas gruñendo, y todos los compañeros detrás arreando.
Por esto, una noche se le apareció a Cristela un enano de largas barbas blancas, uno de esos enanos que trabajan los metales en el seno de la tierra... Y le dijo: Yo sé por qué estás triste, Cristela. Cristela repuso, displicente: Muy curioso sería, caballero, que usted supiese más de lo que yo sé de mí misma.
Esta tarde, en el despacho, ante el huerto florido, Verdú iba y venía como siempre con su paso indeciso. En un rincón, inconmovible, eterno, don Víctor calla y se acaricia sus barbas blancas. Y Azorín contempla extático al maestro.
Yo soy indulgente, soy hombre, en una palabra, y sé que decir humanidad es lo mismo que decir debilidad... Pues vienes y me lo cuentas a mí, en mis barbas; nada de tapujos... ¿Creerás que voy a venir con un revólver para pegarte un tirito y pegarme yo otro?... ¡Valiente asno sería si lo hiciera! No.
Palabra del Dia
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