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Actualizado: 4 de junio de 2025
Pues bien, ella también quedará con los miembros rígidos, la cara azulada, la boca espumeante y los dientes apretados. ¡Oh! haréis unos hermosos prometidos, ¡y quiera Teus que yo os vea, en una noche de noviembre, sobre una roca negra que será vuestro lecho nupcial, con las olas del Océano por cortinajes, con el graznido de los cuervos por canto de bodas y el ojo ardiente de Teus por antorcha!
El humo de los cigarros y el polvo de las pisadas formaban una nube azulada sobre las cabezas, que el sol doraba con sus rayos, al pasar por las altas vidrieras; la rueda era como la roca, contra la cual se estrellan las oleadas tempestuosas; allí los gritos eran más fuertes, los apóstrofes más rudos, la lucha más reñida, más desesperada, más implacable; los bastones, esgrimidos por brazos que la pasión enardecía hasta la epilepsia, se levantaban amenazadores.
Clara con los ojos cerrados y una leve sonrisa divina esparcida por su rostro no se hartaba de oírle. Cuando llegaron a Madrid anochecía. Las calles rebosaban de gente: las luces de los faroles comenzaban a encenderse y despedían una claridad blanca azulada al chocar con la del crepúsculo. La gran ciudad abrasada por el calor del día se preparaba con gozo a refrescarse.
En aquel rostro consumido por la larga enfermedad, y bajo cuya piel fina se traslucía la ramificación venosa; en aquellos ojos vagos, de ancha pupila y córnea húmeda, cercados de azulada ojera, vio Julián encenderse y fulgurar tras las negras pestañas una luz horrible, donde ardían la certeza, el asombro y el espanto. Calló.
Y luego, cada uno de los cien vapores, bergantines y grandes buques de la bahía mostraba sobre lo alto de su gallardete una luz azulada que iluminaba de cuando en cuando los pliegues de algún pabellon europeo ó americano; en tanto que sobre los puentes se destacaban las sombras de los marineros, las chimeneas, los mástiles y las vergas del arbolaje, entre las cuales se cruzaban las luces errantes de las linternas de los inspectores y guardianes.
En general, la concentracion es viva, el calor interno quemante en ciertos puntos; la sed grande y ardiente, á menos que la sensacion no sea abolida; la palidez es estremada; la piel está seca, áspera, fria, azulada por placas ó por digitaciones, y el azulamiento de los dedos todos se estiende á las manos y piés con frio glacial, á lo cual se une el aniquilamiento súbito de las fuerzas y algunas veces hasta el síncope.
Despertaba Bilbao. Silbaban las locomotoras anunciando los primeros trenes para Portugalete y Las Arenas, y pasaban corriendo por el Arenal, con la comida envuelta en un pañuelo, los obreros que tenían su trabajo en las orillas de la ría. El Nervión mostrábase entre la bruma de su profundo cauce, con una brillantez azulada de acero.
Ante él erguíase el Vedrá, peñasco aislado, mojón soberbio de trescientos metros de altura, que en su aislamiento aún parecía más enorme. A sus pies la sombra del coloso daba a las aguas un color denso y transparente a la vez. Más allá de su sombra azulada hervía el Mediterráneo con burbujeo de oro bajo la luz del sol, y las costas de Ibiza, rojas y escuetas, parecían irradiar fuego.
Dijo estas últimas palabras con acento grave, y quedó inmóvil mucho rato, con la vista perdida en la inmensa sábana de agua. Ahora la miraba Rafael. Había levantado la cabeza y contemplaba a Leonora pensativa. Su hermoso rostro se teñía de una luz azulada que parecía envolverla en un nimbo de idealidad.
Sereno, podría estarlo; pero tenía los ojos enrojecidos, brillaba en sus pupilas una chispa azulada é indecisa, semejante á la llama del alcohol, y su cara iba adquiriendo por momentos una palidez mate. Los otros no estaban mejor; pero todos reían.
Palabra del Dia
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