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Actualizado: 4 de junio de 2025


Saboreando la copa de coñac y envuelto en la nube azulada de oloroso humo, sentía la placidez de una buena digestión, aquella fe en el destino que surgía en él al llenar el estómago. Pensaba en el porvenir. Su protector tenía razón: la vida no es un juego; debía cambiar inmediatamente de método. El trabajo exige orden; suprimiría la vida nocturna: dejaría de ir a la redacción.

Era una lagartija seca y obscura, con ojos de gitana; las pupilas negras y unidas, como gotas de tinta; las córneas de una blancura azulada y el lagrimal de rosa pálido. Al correr, ágil como un muchacho, enseñaba sus piernas como cañas, y el pelo escapábasele de la cabeza en mechones rebeldes y retorcidos cual negras serpientes.

Todo lo dice un libro inmaculado Para espresar una existencia pura, Y esa misma elocuencia, la natura Manifiesta en el agua y en la flor; Pero si algo deseas, jóven bella, Que en este álbum purísimo te diga, Diré: El cielo tu existir bendiga Bajo el ala azulada del amor.

EL carbon desplega su mas admirable eficacia en el cólera asiático, cuando ha llegado al período álgido, cianítico y asfítico; cuando el pulso se va estinguiendo, que la respiracion se hace cada vez mas rara, y cuando la piel azulada y aun negruzca está marchita, fria, sin vitalidad.

Una noche de otoño descendía sobre la tierra y la envolvía con un velo de niebla azulada. Los dos molosos saltaron a mi encuentro, y volvieron a partir al galope hacia las ruinas del castillo. Maquinalmente, seguí la dirección que ellos habían tomado, caminando medio dormida, pues los vapores que llenaban el cuarto de la enferma me habían aturdido.

Desaparecían de golpe las hirsutas melenas y las barbas patriarcales. Cráneos redondos con la sombra azulada del pelo cortado al rape, mandíbulas salientes ostentando aún las erosiones de una afeitada rápida, mostrábanse en el mismo lugar ocupado antes por barbudos personajes de trágico aspecto.

Nunca enlanguideciera la fiebre aquellos ojos de azulada córnea; nunca secara aquellos fresquísimos labios la calentura que consume a las niñas en la difícil etapa de diez a quince. La imagen más adecuada para representar a Lucía, era la de un cogollo de rosa muy cerrado, muy gallardo, defendido por pomposas hojas verdes, erguido sobre recio tronco. Agobiaba el calor, cada vez más sofocante.

Un olor de humedad, de hierbas marchitas y de piedras en ruinas, se desprendía de las paredes. Una vieja puerta extendía por sobre el arco de su bóveda. Penetré en el interior. En todo mi derredor se alzaban las paredes, destacándose negras en el cielo de la noche, cuya luz azulada brillaba aquí y allí por encima de mi cabeza.

No ciertamente en la tonsura, borrada por una selva de pelo gris y cerdoso, ni tampoco en la rasuración, pues los duros cañones de su azulada barba contarían un mes de antigüedad; menos aún en el alzacuello, que no traía, ni en la ropa, que era semejante a la de sus compañeros de caza, con el aditamento de unas botas de montar, de charol de vaca muy descascaradas y cortadas por las arrugas.

Aquel hermoso pájaro sin seso levantó el vuelo para siempre acariciando con los ojos el maniquí de eterna sonrisa y mirada vidriosa; el ídolo del lujo, que erguía cerca del balcón su cabeza hueca, sobre la cual, con infernal fulgor, centelleaban los brillantes, heridos por la azulada luz del alba. La paella del «roder»

Palabra del Dia

rigoleto

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