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Detrás había una huertecita en declive con hortaliza y frutales: después de la huerta un bosque, también en declive, perteneciente a los mansos de la parroquia y denominado la Mata. No era una mata en la acepción verdadera de la palabra, sino un bosquecillo formado de árboles de distintas clases, plantados por el antecesor del actual párroco, y que no contarían de existencia más de cuarenta años.

Contentémonos con plantearlas. Entre las especies de los seres se contarian las inteligencias que ejercen sus actos con sucesion. Esto es evidente; ya que en dicho número entrarian los espíritus humanos de los cuales no podemos dudar que piensan y quieren de una manera sucesiva.

No ciertamente en la tonsura, borrada por una selva de pelo gris y cerdoso, ni tampoco en la rasuración, pues los duros cañones de su azulada barba contarían un mes de antigüedad; menos aún en el alzacuello, que no traía, ni en la ropa, que era semejante a la de sus compañeros de caza, con el aditamento de unas botas de montar, de charol de vaca muy descascaradas y cortadas por las arrugas.

Su deber era ir a decir adiós a los demás compañeros de viaje. ¡Quién sabe qué mentiras contarían aquellos buenos amigos al relatar el desafío! Había que hacer constar que estaba incólume como el otro... Corrió al puerto, agitándose con desesperación al ver que se alejaba el buque sin que nadie reparase en su persona.

Si los muros silenciosos de esa iglesia pudieran hablar, ¡qué bien contarían la historia de Colombia, desde las luchas de precedencia y etiqueta de los oidores y obispos de la colonia, desde las crónicas del Carnero bogotano, hasta las últimas conspiraciones y levantamientos! Más de una vez también la sangre ha manchado esas losas, más de una vez han sido teatro de luchas salvajes.

Dos lindas jóvenes, que contarían de unos diez y ocho a veinte años, bordaban en un mismo bastidor, casi enfrente la una de la otra mientras que una inglesa, situada junto a la ventana, las contemplaba con curiosidad cariñosa, olvidándose de reanudar la lectura del libro que tenía en la mano a la sazón.

«Había visto ella muchas cosas en su vida de servidumbre.... En aquella casa iba a pasar algo. ¿Qué habría hecho la señora en la huerta? ¿No se le había figurado a ella oír allá, hacia la puerta del Parque, una voz...? Sería aprensión... pero... algo, algo había allí. ¿Qué papel la reservarían? ¿Contarían con ella? ¡Ay de ellos si no!». Y con una delicia morbosa, la rubia lúbrica olfateaba la deshonra de aquel hogar, oyendo a lo lejos los ronquidos de Anselmo; «otro estúpido que jamás había venido a buscarla en el secreto de la noche»...