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Actualizado: 28 de mayo de 2025


Tambien prendió á una dama, porque habia De la cárcel sacado á su marido, Con crudo corazon y tirania, En muy brava prision la hubo metido. La triste con dolor así decia, Su rostro de llorar muy consumido: "Adonde estás, Filipo ¡Ay desdichada! Doliéraste de verme maltratada."

La meditación era mi delicia y meditando era feliz... ¡Ay! Lord Gray en todas partes; lord Gray en los altares de la iglesia, en el de mi casa; lord Gray en el breve espacio de calle y de mundo que se nos permitía ver desde nuestro cuarto; lord Gray en mis rezos, en mi libro de oraciones, en la oscuridad, en la luz, en el bullicio y en el silencio. Las campanas tocando a misa me hablaban de él.

¡Ay! ¡ay! ¡ay! ¿Ahora salimos con que tiene usted vergüenza?... y... ¡voto va! Dijéralo usted al principio. Usted es incorregible. Pues, amigo, voy a concluir: hace muchos años que ando por este mundo, y las más de las polémicas que he visto se han decidido por este estilo.

ISIDORA. ¡Y cuánto me hace padecer! Si me río, cree que me burlo de él; si estoy seria, dice que no le quiero y que estoy pensando en otro. Si me canso, me llama fría, pedazo de mármol. Me toma cuenta del respirar, y si doy un suspiro, ¡ay Dios mío!, ya está armada la tempestad. ¡Y cómo me agobia! No sabe lo que es delicadeza. A veces quiere tenerla, y sus melifluidades me dan asco.

Toda la familia continuaba sometida á la rígida autoridad de don Marcelo Desnoyers. ¡Ay, ese viejo! exclamó Julio, refiriéndose á su padre . Que viva muchos años, pero ¡cómo pesa sobre todos nosotros!

EL FRAILE. ¡Jesús! hijos míos, yo lamento tanto como vosotros el que esa tartana sea mandada por un renegado; pero ese renegado es el único hombre, es decir, el único descreído, que conoce bien esta costa. ¡Ay! ¡no presentarse un cristiano!

Y dígame ahora, por Dios agregó la señora, con tanto miedo de oír una mala noticia, que apenas hablar podía ; dígamelo pronto. ¿Qué ha sido de mi pobre Nina?». Sonó este nombre en el oído del buen sacerdote como el de una perrita que a la señora se le había perdido. «¿No parece?... le dijo por decir algo. ¿Pero usted no sabe...? ¡Ay, ay!

¡Ay! dijo ella más confusa y separándose del cura. ¡Cuándo llegaremos á esa calle!... ¿Está muy lejos todavía? , hija mía: está lejos, muy lejos. ¿Pero qué prisa tiene usted? ¡Ah! , tengo mucha prisa. Pero no se moleste usted más. Dígame por dónde debo ir ... y seguiré sola. ¡Ah! no acertará usted en toda la noche. Está muy lejos. ¿Pero qué prisa tienes, hija mía?

Muera el tirano! clamando, Van las legiones segando Á sable, lanza y puñal. Mas ¡ay! sus nobles cabezas Se doblan ensangrentadas, Y se miran pisoteadas Por la meznada feroz. ¡Será, gran Dios, que tu diestra Mi patria infeliz azota, Y que su bandera rota Sea alfombra al opresor! Mas no, del fuerte Castelli En medio de la pelea El azul penacho ondea De los sicarios terror.

»Antes, sólo elevaba mis oraciones a Dios; ahora, le ruego a Dios, pero también le ruego a ella. »Hábleme de Magdalena con frecuencia, con mucha frecuencia, pero hábleme también de usted. ¡Ay! Le hago esta recomendación con el corazón palpitante y temblándome la mano porque temo ofenderle o incurrir en su desagrado. Quizás la achacará usted a curiosidad o a indiscreción de mi parte.

Palabra del Dia

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