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Actualizado: 28 de mayo de 2025


Siempre ha sido Esteban poco cosa, pero luego de lo de su hija quedó como imbécil... ¡Ay, muchacho! También me ha tocado algo a .

Currita no protestó contra aquel reproche tremendo; no se avergonzó ni se indignó tampoco. Asióse, por el contrario, para llegar a su objeto, a la punta de aquella maza que la aplastaba, y dijo lastimeramente: ¡Ay, , , padre, es verdad!... ¡Si usted supiera lo que pasa en mi casa! ¡Si usted conociera la situación en que me encuentro!

Desde que por primera vez visité esta noble tierra, he buscado ansiosamente al gran D. Quijote de la Mancha; yo quería verle, yo quería hablarle, yo quería medir la fuerza de mi brazo con la del suyo, pero ¡ay!, hasta ahora lo he buscado en vano. He revuelto media península buscando a D. Quijote, y D. Quijote no parecía por ninguna parte.

Con toda la finura y dignidad de su carácter, con toda la cortesía de su educación y toda la tiesura de su embalsamado cuerpo expresó sus sentimientos, diciendo que aquel caso de liberalidad debía agradecerse más en una época funesta ¡ay! en que habían desaparecido, por completo los caballeros. Partieron a los Cigarrales. Allí trascurrían dulces y lentas las horas.

Para que vea usted a Peleches desde aquí. Volvióse Nieves como Leto quería, y exclamó al punto: ¡Ay, qué bien se ve! Pero ¡qué en alto y qué lejos está y qué iluminada la casa por el sol! Parece que nos está mirando con las ventanas... ¿Nos verá alguien desde allí, Leto?

Ello está entre y no puedo vencerlo. Ya... la historia de siempre. Si me la de memoria... Que quieren sólo a aquel y no pueden desterrarlo del pensamiento, y que patatín y que patatán... En fin, todo ello no es más que falta de conciencia, podredumbre del corazón, subterfugios del pecado. ¡Ay, qué mujeres!

Sintió el olor de una rosa muy grande que Ana oprimía contra los labios de su buen amigo, de su hermano mayor; la música de las palabras se mezclaba con el aroma de la flor en mística composición.... «Ay, , amor, y buen amor era todo aquello.... Era un enamorado; el amor no era todo lascivia, era también aquella pena del desengaño, aquella soledad repentina, aquel dolor dulce y amargo, todo junto, capaz de redimir la culpa más grave.

19 ¡Ay del que dice al palo: Despiértate; y a la piedra muda: Levántate! ¿Podrá él enseñar? He aquí él está cubierto de oro y plata, y no hay dentro de él aliento. 20 Mas el SE

¡Ay -dijo Teresa en oyendo la carta-, y qué buena y qué llana y qué humilde señora!

5 Entonces dije: ¡Ay de ! que soy muerto; que siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, el SE

Palabra del Dia

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