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Actualizado: 28 de mayo de 2025


¡Oh virtud, sombra vana, esclava del azar, Ay del que en creyó! ¡Oh vino, hiel mestiza que me haces patear. Ay del que te bebió! Lector mio, hasta la vuelta de Sevres y de Versalles. =Dia décimo séptimo=. Sevres. Las dos figuras. Importancia social y artística de una fábrica de porcelana. Versalles. Sus Museos. La escuela Vernet. Impresiones varias. Vuelta á Paris.

¡Ay, señor editor, pero habrá que leerlos!... Preciso, señor Fígaro... ¡Ay, señor editor, mejor quiero rezar diez rosarios de quince dieces!... ¡Señor Fígaro!... ¡Oh, qué placer el de ser redactor! Política y más política. ¿Qué otro recurso me queda? Verdad es que de política no entiendo una palabra. ¿Pero en qué niñerías me paro? Si seré yo el primero que escriba política sin saberla!

Pero, ¡ay! en la Argelia como en América, los blockhaus están hechos para ser bloqueados, y, al día siguiente, cayó sobre nosotros una nube de tuaregs como los saltamontes del desierto, ejecutando en nuestro honor un brillante tiroteo. Seguíamos estando prisioneros, aunque en mejor compañía.

Mas ¡ay! llegaréis, flores, conservaréis, quizás, vuestros colores; pero lejos del patrio, heroico suelo, a quién debeis la vida perderéis los olores; que aroma es alma, y no abandona el cielo cuya luz viera en su nacer, ni olvida. Heidelberg, Abril 1896.

¿Su marido? ¡Valiente tuno está su marido! exclamó levantando furiosa la cabeza . ¡Ay qué disgustos, querida, qué disgustos tan grandes tengo sobre añadió con la boca llena. ¿María Huerta? preguntó Clementina en tono confidencial. La misma dijo entre dientes la viuda, mirando fijamente al pavo.

Y cuando se empieza a escribir, como cuando se comienza a hablar, es inevitable el balbuceo. Me faltan las palabras, huyen los conceptos, se eclipsan las imágenes y se me enreda el discurso. ¡Ay, Dios mío! Sufro lo indecible con este encrespamiento, con esta rebeldía de formas, rasgos, ideas y vocabulario.

Por Dios, Sr. de Santorcaz decía la vieja , no grite usted ni hable tales cosas donde le puedan oír. Mi marido y yo, que ya le conocemos de antes, no nos espantamos de sus extravagancias; pero, ¡ay!, la vecindad de esta casa es muy entremetida, muy enredadora, y no se ocupa más que de chismes y trampantojos.

Al través de los perfumes, su imaginación olfateaba un olor de vulgaridad original. ¡Ay, la otra! ¡la otra!...

Un enardecimiento belicoso se había apoderado del antiguo «peoncito». ¡Ay, si las mujeres pudiesen ir á la guerra!... Se veía de jinete en un regimiento de dragones, cargando al enemigo con otras amazonas tan arrogantes y hermosotas como ella.

Y ella, la palomita sin jiel, la rosita de Abril, ¡tan buena siempre conmigo! ¡protegiéndome, como si fuese mi virgensita!... Cuando mi mare se enfadaba porque jasía yo una de las mías, ya estaba Mari-Crú defendiendo a su pobresito José María... ¡Ay, mi prima! ¡Mi santita dulce! ¡Mi sol moreno, con aquellos ojasos que paesían hogueras! ¿Qué no hubiese hecho por ella este pobresito gitano?... Oiga su mersé, señó.

Palabra del Dia

bagani

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