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Actualizado: 9 de junio de 2025


El ventisquero me representó un monstruo enorme de hielos puntiagudos que avanzaban á mi encuentro; ese mar de Granville, un ejército de olas enemigas que concurrían acordes al asalto. Mi huésped no era viejo, pero achacoso, enfermo. A pesar de que estábamos en agosto tenía cerrada la ventana.

De repente avanzó hacia la calle del Sordo, mirando, no sin disimulo, a tres individuos que acababan de salir del Congreso. Uno de ellos se distinguía por su gabán claro. «¿Al fin nos vamos? preguntó D. José con alegría. No se enfade usted conmigo, padrinito dijo Isidora mirándole . Le quiero a usted mucho». Avanzaban por la calle del Turco.

Los hombres, en camisa y calzoncillos, avanzaban a gatas como corderos blancos. Iban de unas cepas a otras, arrastrando el vientre sobre la tierra caldeada. Los sarmientos esparcían sus pámpanos rojizos y verdes a ras del suelo, y las uvas descansaban en la caliza, que las comunicaba hasta el último instante su generoso calor.

Negros adolescentes que servían de fogoneros en los buques avanzaban por las empinadas callejuelas con ojos de inquietante resplandor, como si preparasen un rapto en masa.

El enamorado capitán era incapaz de abandonar un instante el recuerdo de su protegido, y á la caída de la tarde, cuando ya desesperaba éste de satisfacer su apetito, empezando á calcular la posibilidad de una invasión de la capital en busca de comida, vió cómo avanzaban por la playa unas cuantas máquinas rodantes, negras y sin adornos, de las que servían para el avituallamiento del ejército.

Las estaciones, custodiadas militarmente, sólo admitían á los que habían adquirido un billete con anticipación. Algunos esperaban días enteros á que les llegase el turno de salida. Los más impacientes emprendían la marcha á pie, deseando verse cuanto antes fuera de la ciudad. Negreaban los caminos con las muchedumbres que avanzaban por ellos, todas en una misma dirección.

El capitán y el médico estaban hablando sentados los dos en sillas de lona al socaire de la ballenera, y no vieron a los marineros y a los chinos que avanzaban por el otro lado de la lancha grande. Les avisamos con un grito; Zaldumbide agarró el rebenque y se lanzó hacia proa repartiendo chicotazos a derecha y a izquierda.

Un grupo de vecinos había hecho fuego sobre los hulanos cuando avanzaban descuidados después de la retirada de los franceses. Desnoyers creyó necesaria una protesta. No eran vecinos ni franco-tiradores: eran soldados franceses. Tuvo buen cuidado de callar su presencia en la barricada, pero afirmó que había distinguido los uniformes desde un torreón de su castillo.

Y las pobres chermanetes, goteando por todos los pliegues de sus vestiduras, avanzaban en aquella atmósfera casi líquida, obscura, tempestuosa, cortada a trechos por el crudo resplandor de los hachones. Los músicos probaban los instrumentos preparándose a soplar la Marcha Real. En el hueco iluminado de la puerta se marcó algo que brillaba sobre las cabezas como un ídolo de oro.

Este país de sol, de perspectivas azules y risueñas, parecía poblado por una humanidad superviviendo á un cataclismo. Oficiales elegantes, de esbelto talle, arrastraban una pierna, avanzaban con precaución un pie elefantíaco, se doblaban, avejentados, apoyándose en un garrote.

Palabra del Dia

rigoleto

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