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Los hombres, en camisa y calzoncillos, avanzaban a gatas como corderos blancos. Iban de unas cepas a otras, arrastrando el vientre sobre la tierra caldeada. Los sarmientos esparcían sus pámpanos rojizos y verdes a ras del suelo, y las uvas descansaban en la caliza, que las comunicaba hasta el último instante su generoso calor.

Aquella noche quedó la cosa mal, y el tono de los contendientes, así como la atmósfera caldeada que en la tertulia reinó, hacían temer una escena desagradable.

Tendidos sobre la caldeada tierra a orillas del río, cuyas frescas emanaciones buscábamos con anhelo, entreteníamos las horas hablando, cantando o haciendo eruditas disertaciones sobre la campaña tan felizmente emprendida.

Todas ellas se habían exhibido sobre escenarios para mostrar conejos amaestrados, para bailar mediocremente, para cantar sin voz, y entraban en el club bajo el título vago de «artistas». Miguel avanzó á través de una atmósfera caldeada por las respiraciones y los desfallecientes perfumes. Tuvo que fijarse en dónde ponía sus pies, lo mismo que en otra época.

Por aquí, si gusta; la habitación está caldeada y quizá podía perjudicarle. Inútil es decir que sólo una parte de este discurso fue perceptible para la sociedad y que el resto lo divulgó el señor Tibet, sintiendo en el alma que su repentina indisposición le privase de lo que la más excéntrica de las señoritas Jonnes, bautizó con el nombre «el ramillete final de la fiesta», y que voy a referir.

Fortunata, que tenía la cabeza caldeada con ideas de envenenamiento, se asustó. «¿Pero qué demonios le va usted a dar a ese infeliz? Si es un buen chico». Nada, no se asuste usted... No es más que un derivativo... La fiesta consiste en que luego le invite doña Casta a subir, y que suba... No sea usted bruto. ¡Si es un chico muy bueno! Me han dicho que mantiene a su madre...

Con ligereza suma introdujo la hojilla caldeada por debajo del lacre del cartapacio, y haciéndola girar lentamente, desprendió el sello tan entero y tan intacto, que de nuevo podía volverse a pegar sin rastro alguno de fractura. Después púsolo con grande precaución en un extremo del velador, sobre una hoja de papel blanco.