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Actualizado: 10 de julio de 2025


Pablito salió de madrugada acompañado de su fiel Piscis, montados en sendos caballos pujantes y amaestrados, trabajando unas veces del costado derecho, otras del izquierdo como era lógico. Para ir de esta suerte, no solamente había la razón de sus arraigadas inclinaciones, sino otra también muy atendible.

Ambos sonreían haciendo muecas y contorsiones como monos amaestrados. Barragán se había puesto muy pálido y les miraba con ojos de extravío sin responder a sus repetidas salutaciones. Doña Mónica estupefacta les miraba a unos y a otros olfateando un misterio y no se decidía a salir de la habitación.

Y el doctor clamaba contra las inútiles carreras de caballos, en las cuales mueren muchos más hombres que en las corridas de toros; contra las cacerías de ratas por perros amaestrados, presenciadas por públicos cultos; contra los juegos del sport moderno, de los que salen los campeones con las piernas rotas, el cráneo fracturado o las narices aplastadas; contra el duelo, las más de las veces sin otra causa que un deseo malsano de publicidad.

Ya no fueron solamente los redactores del Faro y los tertulios del Saloncillo quienes se entregaban a este noble ejercicio amaestrados por M. Lemaire. También los socios del Camarote, comprendiendo a la postre la importancia de este arte, establecieron, en un almacén contiguo, sala de armas.

En aquel telón había racimos de dátiles colgados de una percha; puntillas blancas que caían de un palo largo, en ondas, como los vástagos de una trepadora, pelmazos de higos pasados, en bloques, turrón en trozos como sillares que parecían acabados de traer de una cantera; aceitunas en barriles rezumados; una mujer puesta sobre una silla y delante de una jaula, mostrando dos pajarillos amaestrados, y luego montones de oro, naranjas en seretas o hacinadas en el arroyo.

El capitán elevó su copa, dando por terminado el discurso y los que le comprendían pusiéronse de pie, hombres y mujeres, instantáneamente, alzando también sus copas. «¡Hoch!», gritó Neptuno; y todos contestaron lo mismo, con una regularidad mecánica, como el grito de un regimiento que responde a la voz de su coronel. «¡Hoch!», volvió a decir; pero esta vez, amaestrados por el ejemplo, contestaron los pasajeros en masa con un alborozo discordante; y el tercer «¡Hochfue un cacareo general, repitiendo muchos con delectación la palabra, por lo mismo que ignoraban su significado.

En el seno de este partido, que en un tiempo se llamó de los sabios y en sus albores se llamó de los anilleros, había gente de gran mérito, aleccionados los unos en la práctica estéril de liberalismo, otros algo amaestrados en el arte político que faltaba a los liberales.

Luego, los galeones de la colonización llevaban mujeres y niños, familias en masa que se trasladaban al Nuevo Mundo, y cuando creían ver sus costas eran tragadas por la tormenta, bajando para siempre a las profundidades del mar. Los marinos expertos, amaestrados en anteriores viajes, no eran suficientes en número para las expediciones, cada vez más numerosas, a las tierras colonizadas.

Todas ellas se habían exhibido sobre escenarios para mostrar conejos amaestrados, para bailar mediocremente, para cantar sin voz, y entraban en el club bajo el título vago de «artistas». Miguel avanzó á través de una atmósfera caldeada por las respiraciones y los desfallecientes perfumes. Tuvo que fijarse en dónde ponía sus pies, lo mismo que en otra época.

Palabra del Dia

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