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Actualizado: 9 de junio de 2025
¡Menúa jumera nos prepara el señorito! decía riendo como un patriarca. De la gran cena en medio de la explanado, lo que más atrajo la admiración de la gente, fue el vino. Comían de pie hombres y mujeres, y al tener en la mano el vaso lleno, avanzaban hasta una mesita ocupada por el señorito, el capataz y su hija, a la que daban luz dos candiles.
Después del descubrimiento del Nuevo Mundo, los soldados españoles, á millares, se aventuraban con heroísmo inusitado en medio de tierras desconocidas, á través de los bosques, pantanos, barrancos y montes, y en regiones pobladas de enemigos; iban siempre adelante, y cada una de sus etapas se marcaba con la muerte de muchos de ellos; pero los que quedaban avanzaban sin detenerse, esperando hallar al fin, en recompensa de sus esfuerzos, esa agua maravillosa cuyo contacto les haría vencer á la muerte.
Algunas tenían la desproporción embrionaria de los fetos, con enormes cabezas sirviendo de remate á cuerpos raquíticos. Otras avanzaban sus míseros troncos descarnados sobre unas piernas anchas y redondas de paquidermo.
Avanzaban las pesadas plataformas lentamente, con gran trabajo, por la estrechez de la calle.
Delante de mí avanzaban lentamente algunos peones y una media docena de rancheros que iban al tianguis, jinetes en malas caballerías.
Los oficiales alemanes querían morir. Con el sable en alto, después de haber agotado los tiros de sus revólveres, avanzaban contra los asaltantes, seguidos de los soldados que aún les obedecían. Hubo un choque, una mezcolanza. Al viejo le pareció que el mundo había caído en profundo silencio.
Se sintió interesado por el público de jugadores, siempre igual en apariencia y siempre distinto. Los había que avanzaban apoyados en bastones: bastones de enfermo, con contera de goma, únicos que eran admitidos en las salas de juego, por temor á las disputas.
El servicio de los cañones estaba listo, y advertí también que las municiones pasaban de los pañoles al entrepuente por medio de una cadena humana semejante a la que había sacado la arena del fondo del buque. Los ingleses avanzaban para atacarnos en dos grupos. Uno se dirigía hacia nosotros, y traía en su cabeza, o en el vértice de la cuña, un gran navío con insignia de almirante.
Al poco rato, el revisor se alejó y volvió a reinar silencio en el coche. El valle se había cerrado aún más. Las faldas de los montes avanzaban casi hasta el borde de la vía, dejando poquísimo espacio de campo. A trechos, sólo quedaba la anchura suficiente para el paso del riachuelo que corría por la cañada.
Algunos árabes de bronceada y nerviosa delgadez permanecían silenciosos, pero avanzaban el cuello lo mismo que los caballos de carreras, brillando sus ojos de brasa con un fulgor homicida, mostrando sus dientes ansiosos de morder.
Palabra del Dia
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