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Actualizado: 26 de mayo de 2025


Muchos perecieron en tan atroces suplicios; muchos, no resistiéndolos, se arrojaban de la muralla, buscando en el campo enemigo la esclavitud á trueque de un sorbo de agua; solo al fin, D. Álvaro de Sande pretendía que la humanidad no fuera flaca, presenciando horrores con tal de ver por un sol más flotando al aire en el fuerte el estandarte de Castilla.

Velázquez, que advirtió la maniobra, sintió que un flujo de sangre le invadía la cabeza y le cegaba. Llevó la mano al bolsillo para sacar la navaja; quiso levantarse, pero no tuvo fuerzas para hacerlo, como si una mano de hierro le hubiese clavado á la silla. Bañó su frente un sudor frío y, en vez de partir el corazón de su rival, sintió ganas atroces de llorar. Los sollozos le ahogaban.

, D.ª Eloisa se apresuró a decir D. Norberto, su esposo quiere referirse a los medios suaves que necesito emplear para convencer a esas desgraciadas. D. Martín, comprendiendo que había ido demasiado lejos, asintió, no sin dirigir un guiño expresivo al capellán. Sentáronse a la mesa. Obdulia hacía esfuerzos atroces por comer, pero su estómago se negaba a recibir alimento alguno.

Necesito vivir acompañada, verme protegida, apoyarme en alguien, y sólo pido que, á cambio de mi sumisión cariñosa, me respeten, se muestren ciegos para mis defectos y, sobre todo, me amen. Somos ya muchas las que pensamos así. Tres generaciones de mujeres han vivido como embriagadas por su triunfo, vengándose de un largo pasado de esclavitud con disposiciones atroces.

Su voz amenazante, dura como un grito de mando, indignó al hombre vestido de uniforme. ¡Haber arrostrado la muerte durante tres años entre miles de camaradas que estaban ya bajo tierra; despreciar la vida como algo cuya fragilidad se ha revelado á cada minuto; despojarse para siempre, en fuerza de aventuras angustiosas y heridas atroces, de ese miedo que el instinto de conservación pone en todos los seres, para que ahora, en una ciudad de placer, á la puerta de la más lujosa de las casas de juego, un hombre rico y poderoso, pero que no había hecho nada útil en su existencia, se atreviese á amenazarle!...

Vense no más que agudos picos, campanarios excéntricos, espantosas y negras mamilas, dientes atroces de tres puntas, y toda esa masa de lava, de basalto, de fundiciones de fuego, está coronada de lúgubre nieve.

El enemigo implacable que hunde el puñal vengador en las entrañas de su víctima, siente en su corazon un placer feroz, y su accion no deja de ser un crimen; la hermana de la caridad que asiste al enfermo, que le alivia y consuela, sufre mas de una vez tormentos atroces, mas por esto su accion no deja de ser heróicamente virtuosa.

Anoche se quejaba de atroces dolores, y, cosa rara en hombre tan religioso, , , más invocaba a los demonios que a la Santísima Virgen.

Estaba envenenada, envenenada con fósforos, y había sufrido atroces dolores durante horas enteras, callando para que el remedio llegase tarde... ¡y llegó! Al día siguiente ya no vivía. La pobrecita tuvo valor. Amaba con toda su alma al mediquín, y yo mismo leí la carta en la que el muchacho se despedía para siempre por saber de quién era hija. No la lloré. ¿Tenía acaso tiempo?

Llevaba exterminadas muchas fieras, especialmente tigres, y á él nunca le ocurría un contratiempo que fuese irremediable. Le herían frecuentemente, le sometían á tormentos atroces; pero sanaba, al fin, con una rapidez portentosa. Y en casi todas las representaciones, ¡su mirada, aquella mirada de héroe niño, que hacía sentir á Mina el pinchazo de un alfiler olvidado!...

Palabra del Dia

bagani

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