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Actualizado: 26 de junio de 2025
Siempre solo, como el Santa Lucía en Santiago de Chile, como la Exposición en Lima, como el Botánico en Río, como el Prado en Montevideo, como Palermo en Buenos Aires. Sólo los domingos, los atroces y antipáticos domingos, se llenaba aquello de gente, paqueta, prendida con cuatro alfileres, oliendo a pomada y suspirando por la hora de volver a casa y sacarse el botín ajustado.
El almirante nos ha dejado un retrato conmovedor de aquella raza infortunada, de su belleza, su bondad, su ilimitada confianza. Y con todo, el genovés ha de satisfacer su avaricia, sus rudos hábitos. Las guerras turcas, los atroces galeones y sus forzados, las ventas de seres humanos, era la vida común de aquellos tiempos.
Y él me contestó: «Sí, y son personas de las principales de España, por lo cual he creído de mi deber entregarles la infeliz jovenzuela, desde tanto tiempo condenada a vivir fuera de su rango y entre personas de inferior condición.» Me quedé atónito; pero al punto comprendí que esto era invención de aquel inicuo tramposo, embaucador, y en mi cólera le dije las más atroces insolencias que han salido de estos labios. ¿No crees tú como yo que lo de entregarla a sus desconocidos padres es pura fábula de Lobo para ocultar así su crimen?
El convento... ¿Sería una casa de sanidad? ¡Horror! ¡Su hija encerrada entre criaturas dementes y condenada a encierro perpetuo! Después, Marta rechazó esta idea y pasó a suposiciones menos atroces. Las palabras de Mathys le habían hecho pensar que se dejaba llevar por suposiciones mal fundadas.
El intendente murmuró algunas palabras confusas, como si no comprendiera bien lo que se le preguntaba. ¡Quiera Dios que me hayan engañado! prosiguió Marta . ¡Oh Mathys, hoy he sabido cosas atroces! Durante toda la tarde he reflexionado en la penosa situación con que me amenaza esa inesperada revelación.
Cada cual en el mundo tiene su punto de vista especial; así, no es extraño que, miéntras un inválido erudito me explicaba con todo el entusiasmo posible lo mismo que cada día explica á todos los viajeros curiosos, considerando como semi-dioses á los personajes mas históricos, yo maldecia interiormente el genio destructor de esos gloriosos filibusteros á quienes las naciones llaman almirantes cuando les dan el encargo de ir á ensangrentar los mares con sus atroces combates, no contentos los gobiernos con ensangrentar la tierra.
Hice la historia: revelé detalles atroces: todos los políticos y los periodistas se quedaron estupefactos. Estos políticos y estos periodistas he de advertirte que son una gente muy inocente: con un adarme de ingenio y otro de audacia se les asombra a todos. Por eso no es extraño que ante mi artículo abrieran espantados los ojos.
Sin temor de equivocación se habría podido asegurar que Gracián pasó la noche en austeridades atroces sólo de él acometidas. La inescobata cellula, había perdido cantidad no pequeña del humus manresianus que cubría su suelo; pero Gracián tuvo el gusto de recibir la nueva y abundante remesa de aquel polvo al día siguiente de hacer al Sr. Tablas la recomendación que nuestros lectores conocen. Ocupábase aquella mañana, después de la clase de
Sus dramas son extravíos, abortos de una imaginación delirante; pero menester es también declarar, para ser justos, que tales yerros sólo son propios de grandes poetas. Impulsado por su afición á lo extraordinario, Monroy se ha consagrado con preferencia á la pintura de pasiones atroces y de deseos criminales.
Comprendía a la Virgen, a Jesucristo y a San Pedro; les tenía por muy buenas personas, pero nada más. Respecto a la inmortalidad y a la redención, sus primeras ideas eran muy confusas. Sabía que arrepintiéndose uno, bien arrepentido, se salva; eso no tenía duda, y por más que dijeran, nada que se relacionase con el amor era pecado. Sus defectos de pronunciación eran atroces.
Palabra del Dia
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