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Actualizado: 26 de mayo de 2025


Su tristeza y desconsuelo iban en aumento. Tenía ganas atroces de llorar. No se atrevía a dirigir la palabra a Marta, porque no se le conociese la emoción. Además, ¿por qué se la había de dirigir?... ¡Una chica tan insensible! Dejó caer la cabeza sobre el almohadón del sofá y cerró los ojos con ademán de meditar. ¡Había meditado ya tanto, tanto, desde hacía algunas horas!

Porque debe tenerse presente que el ejército que vino a Córdoba en persecución de Lavalle traía una compañía de mazorqueros, que llevaban al costado izquierdo la cuchilla convexa, a manera de una pequeña cimitarra, que Rosas mandó hacer exprofeso en las cuchillerías de Buenos Aires para degollar hombres. ¿Qué motivo tuvo Quiroga para estas atroces ejecuciones?

Son atroces, ¡ja, ja, ja!... Que diga mamá si empondero ni tanto así... Porque, hija, ¡nos tienen sacudida cada patada en la boca del estómago!... Y así durante quince minutos, sin que nadie pudiera meter baza en la conversación.

Se nos acusa de haber procedido con crueldad y codicia y de haber sometido á duros trabajos y atormentado con atroces castigos á la población india, hasta el extremo de mermarla y aun de hacerla desaparecer en algunas regiones.

Después hablaron del ser humano con quien Isidora vivía, y acerca de él dijo Miquis cosas tan atroces como verdaderas, de que se escandalizaron mucho Emilia y su marido. «Nuestra pobre amiga dijo Augusto , llevada de su miserable destino, o si se quiere más claro, de su imperfectísima condición moral, ha descendido mucho, y no es eso lo peor, sino que ha de descender más todavía.

Miguel le miraba y le remiraba con los ojos muy abiertos, sin moverse; sentía deseos atroces de irse a jugar con su primo Enrique.

Cuando los cofrades, obligados al silencio bajo pena de pecado, marchaban solos en la procesión, estos impíos, a quienes el vino quitaba todo escrúpulo moral, colocábanse junto a ellos, murmurando en sus oídos las más atroces injurias contra sus incógnitas personas y contra sus familias, que no conocían.

Le venían ganas atroces de gritar a los oradores: «¡Burros, pollinoscomo acostumbraba a hacer en el Saloncillo, o de fulminar contra ellos uno de esos sarcasmos feroces que levantan roncha. «Aquellas payasadas» le habían revuelto la bilis. No era milagro. Ya conocemos la gran virtud de segregación que el hígado del ex marino poseía.

Don Luis, aturdido, no sabía qué objetar a estos raciocinios de Antoñona, más atroces que sus pellizcos pasados. Además, le repugnaba entrar en metafísicas de amor con aquella sirvienta. Dejemos a un lado dijo , esos vanos discursos. Yo no puedo remediar el mal de tu dueño. ¿Qué he de hacer?

Despertaron con unas ganas atroces de reír, de alborotar, de burlarse de la autoridad gubernativa, improvisar coplas y decir barbaridades. Uno de ellos, imaginamos que haya sido Jaime Moro, lo primero que hizo al saltar de la cama fue llamar al criado y preguntarle con semblante risueño si D. Nicanor, el bajo de la catedral, le había prestado al fin su figle.

Palabra del Dia

bagani

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