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Actualizado: 26 de mayo de 2025
El alcohol y las atroces caídas en el redondel le mantenían en perpetuo aturdimiento, como si la cabeza le zumbase, no permitiéndole mas que lentas palabras y una visión turbia de las cosas. Ordenó también al Nacional que fuese con ellos: uno más, y de discreción a toda prueba. El banderillero obedeció por subordinación, pero rezongando al saber que iba con ellos doña Sol.
¡Tengo recuerdos atroces! añadió el joven insistiendo. Después, con un acento conmovido, añadió: Sois una joven llena de bondad y delicadeza, a quien estimo en extremo, pero esos motivos no puedo decirlos, ni a vos misma. Levantose Juana algo turbada y alzando su tapado: Creo que me comprometo dijo risueña.
Quien lo tenía era él, el grandísimo cazurro, que con el achaque de que ella se reposase sentía unas ganas atroces de meterse otra vez entre sábanas y roncar como un gañán. Don Germán reía asegurando que sólo temía por la salud de ella. ¡Pero cuántas mentiras me has dicho hoy, Virgen del Carmen! ¿No te remuerde la conciencia de engañar de ese modo a una infeliz mujer?
Estaba Sabel fresca y apetecible como nunca, y las floridas carnes de su arremangado brazo, el brillo cobrizo de las conchas de su pelo, la melosa ternura y sensualidad de sus ojos azules, parecían contrastar con la situación, con la mujer que sufría atroces tormentos, medio agonizando, a corta distancia de allí. Hacía tiempo que el marqués no veía de cerca a Sabel.
Amalia alzose vivamente de la silla y fue a cerrar la puerta. Los gritos dejaron de oírse, pero la nerviosa joven tampoco oyó ya las palabras de Amalia. Un gran desasosiego se apoderó de ella; subíanle vapores a la cara y al pensamiento atroces deseos de desvergonzarse con aquella malvada, de llamarla judía, bribona, infame. Todo lo que pasaba en aquella casa se le representó de golpe.
¿Pero cuál era el fruto que sacaban los reyes i los inquisidores de la constante persecucion levantada contra los que judaizaban? Fuera de las confiscaciones, ninguno provechoso. No hacian mas que aborrecible la Doctrina Evangélica: la cual no les daba autoridad para cometer tan atroces é inhumanos hechos.
¡Qué mal gusto! exclamó la condesa . Gorda como una barrica de aceite y bizca por añadidura... ¿Pero Manolo no se había casado con ella por el dinero? Todo el mundo pensaba eso y él mismo no se ocultaba para decirlo. Ahora al cabo de seis años resulta que se pone loco perdido por ella y tiene unos celos atroces de Marquina. ¡Válgate Dios! ¡Después de tanto tiempo como llevan de relaciones!
E Ivona retorcía sus brazos, como si ella hubiese experimentado aquellas atroces convulsiones. ¡Basta, basta! dijo Kernok, que sentía que su lengua se pegaba al paladar. Has herido a tu bienhechor y a tu amante; su sangre caerá sobre ti, ¡tu fin se aproxima! ¡Pen-Ouët! llamó en voz baja.
Asimismo mandó, que á cualquiera individuo que se presente, aseguren y pongan á mi disposicion, á fin de evitar en adelante, que estos mal intencionados aprovechen la ocasion de sorprender y seducir los ánimos sencillos de los indios, robar las haciendas, y cometer muchos atentados atroces, dignos de la mayor pena.
Se me anuncia que el vapor Victoria debe salir para Honda, en el alto Magdalena, dentro de una hora, y sólo entonces comprendo las graves consecuencias que va a tener para mi el retardo del Saint-Simon, al que ya debo los atroces días de la Guayra. Todo el mundo nos recibe bien en Salgar y el himno de gratitud a la tierra colombiana empieza en mi alma. El río Magdalena. De Salgar a Barranquilla.
Palabra del Dia
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