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Actualizado: 26 de mayo de 2025


Y sin duda, para distraer á su enfurruñado acompañante, siguió con acento regocijado la enumeración de su miseria. ¡Ay, la guerra, con sus atroces encarecimientos! Las medias de seda eran malas, se rompían con sólo usarlas una vez, y únicamente podían adquirirse á precios fabulosos. Prefería prolongar la existencia de las que guardaba de sus tiempos de riqueza, por ser más sólidas.

Los peones le conocían, como si fuese un contratista o maestro de obras; y cuando le faltaban estas distracciones emprendía atroces caminatas: iba a pueblos distantes, andando siempre con una regularidad mecánica; el cuadrado sombrero sobre las cejas, flotante el paleto, que no abandonaba ni aun en el verano, y bajo el brazo el bastón de su juventud, una caña vieja y resquebrajada, con puño redondo de marfil que casi era una bola de billar.

Y soltó la palabra gorda, sin despojarse de su seriedad, como lanzaba siempre las expresiones más atroces. Desde aquel día modificó su camino, para huir de los que tenían fe en la exactitud de sus paseos. Algunas veces hablaba a su nieto de las antiguas grandezas de la casa. Los descubrimientos geográficos habían arruinado a los Febrer. El Mediterráneo no era ya el camino de Oriente.

Aquellos infinitos sitios de que había hablado a Carlota eran una piadosa mentira. Quedó inmóvil, con el pensamiento vacío y el corazón apretado. Unas ansias atroces de sollozar le subían del pecho a la garganta amenazando ahogarle. Pero logró tenerlas encerradas: sólo algunas lágrimas brotaron a sus ojos sin darse cuenta hasta que vio la mirada de los transeúntes fijarse con curiosidad en él.

Durante tres días permaneció Gallardo sometido a operaciones atroces, rugiendo de dolor, pues su estado de debilidad no le permitía ser anestesiado. De una pierna le extrajo el doctor Ruiz varias esquirlas de hueso, fragmentos de la tibia fracturada.

Si ante el cadáver de Florencia había sentido desgarrársele el corazón; si la increíble idea de no verla más le había casi enloquecido; si la impotencia para vengarla le había roído las entrañas; si el miedo de haber sido él la causa de su muerte había ido a agravar con atroces remordimientos su dolor ya harto grave, todo eso podía haberle hecho creer que ya había llegado al término de una prueba tan cruel; pero un nuevo sentimiento de horror le asaltaba de pronto.

Cuando el diputado estaba solo en Madrid, libre, como en su época de soltero, el recuerdo de Leonora surgía en su memoria con entera libertad, sin aquella coacción que parecía turbarle allá abajo, en el ambiente de la familia. ¿Qué sería de ella? ¿A qué locuras se habría entregado después de aquel rompimiento que aún hacía enrojecer a Rafael, como si en su oído murmurasen atroces insultos?

Mientras nos desgarráis el corazón con vuestros atroces sufrimientos; mientras vuestras lágrimas corren como torrentes que en la primavera se precipitan de las montañas; mientras hasta las piedras se conmueven y plañen; mientras vuestras encantadoras narices empiezan a hincharse a causa del llanto que vertéis... NUMEROSAS VOCES FEMENINAS. ¡Eso no es verdad!

El calor era insoportable; La Guayra semeja una marmita dentro de la cual cayeran, derretidos, los rayos del sol. Nos sofocábamos materialmente dentro de aquel infame hotel Neptuno, en el que, en época no lejana, debía pasar tan atroces tormentos.

El excelentísimo Martínez hizo un gesto que no significaba si entendía o dejaba de entender; desde que el pobre señor había pasado el puente natural que lleva del banco azul a las grandes mesas de la corte, caminaba de indigestión en indigestión, y sentía en el estómago la nostalgia de aquellas nutritivas sopas de ajo, no digeridas del todo, que habían hecho de él un tanto robusto hombre de Estado, y fueron su cotidiano alimento en los tiempos en que rompía sus primeros calzones entre los pilletes de cierta playa de las costas asturianas... ¡Santo Dios, y qué dolores de tripas más atroces le había costado el pâté foie-gras del último viernes de Palacio! ¡Qué coliquera más terrible le chou

Palabra del Dia

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