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Actualizado: 7 de mayo de 2025


De Pas ya no era el mismo que sentía remordimientos románticos aquella noche de luna al ver a don Santos arrastrar su degradación y su miseria por el arroyo; ahora no era más que un egoísta, no vivía más que para su pasión; lo que podría turbarle en el deliquio sin nombre que gozaba en presencia de Ana, eso aborrecía; lo que pudiera traer una solución al terrible conflicto, cada vez más terrible, de los sentidos enfrenados y de la eternidad pura de su pasión, eso amaba.

El abogado dio un paso hacia el penado, y le dijo con amable sonrisa: Desearíamos, si usted no tiene inconveniente en ello, hacerle algunas preguntas... Son ustedes muy dueños respondió el sacerdote, clavando en él una mirada límpida que consiguió turbarle.

Mendoza tenía buen cuidado de no turbarle a menudo. Los artículos, los sueltos no conseguían excitar el interés del valeroso caudillo, y dejaba a la redacción bastante libertad en esta materia. En cambio, por nada en el mundo consentiría que se variase el título de una sección sin consultarle. Algunas veces, por espontánea y libérrima inspiración, él mismo llegó a cambiarlos.

Ricardo la vio alejarse, cada vez más sorprendido, y permaneció algún tiempo en el banco tratando inútilmente de explicarse la conducta de la niña. Después se levantó y comenzó a pasear por la huerta. Al cabo de un rato se había olvidado enteramente del llanto de Marta. Otras memorias más punzantes vinieron a turbarle el ánimo y a embeber su atención.

Pero más que la rareza de las cartas contribuía sin duda a turbarle el profundo amor que en su naturaleza sensible y tímida había arraigado. «Esta tarde a las tres. Por la tribunadecía la carta únicamente. Su turbación no se disipó por completo. Las citas como aquélla eran extremadamente peligrosas; le causaban, enmedio de su felicidad, una impresión de miedo que no podía vencer.

Ante aquella brutal agresión se le encendió el rostro como una brasa. Las carcajadas malignas de D. Joaquín y D. Melchor concluyeron de turbarle. ¡Hombre, no está mal eso! ¡jo! ¡jo! ¡Me gusta eso! ¡jo! ¡jo! Está bien eso de la abstención. ¡Mucho que ! Tiene usted ingenio, D. Narciso. ¡Mucho ingenio! ¡jo! ¡jo! ¡jo!

¿Qué era aquello? ¿Qué sombras comenzaban a turbarle? ¿Qué temores iban girando en derredor de su imaginación como fieras que se pasean en torno de su presa? ¿Era que empezaba a aspirar el hedor de los pantanosos lodazales de la tierra, o acaso que, sintiendo el yugo opresor de la materia, tenía ya su espíritu la nostalgia de la inmortalidad?

Acostumbrado el pobre muchacho a las vulgaridades y soseces de las amigas de su madre, y bajo la impresión de aquel encuentro que tan profundamente le turbaba, creía estar en presencia de un sabio con faldas, un filósofo venido de allá lejos, de alguna sombría cervecería alemana, para turbarle bajo el disfraz de la belleza. La desconocida quedó en silencio, con los ojos fijos en el horizonte.

Entonces sentía las cosquillas, pues no merecen otro nombre, las cosquillas de aquella infantil rabia que solía acometerla, sintiendo además en sus brazos cierto prurito de apretar y apretar fuerte para hacerle sentir al infiel el furor de la paloma que la dominaba. Pero la verdad era que no apretaba ni pizca, por miedo de turbarle el sueño.

Pero aún más contribuía á turbarle la repetición solemne del nombre de su querida, hecha en voz baja, como una evocación misteriosa y dulce. Así que cuando la maga le dijo con afectada majestad: «En esas siete cartas está escrito tu porvenir» sintió un escalofrío y quedó inmóvil y pálido. María-Manuela volvió las siete cartas, colocándolas en fila, siempre de derecha á izquierda.

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