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Actualizado: 2 de junio de 2025
La maestra se aficionó a pasear por los bosques apacibles y silenciosos; quizá creía con Filomena que los balsámicos olores de los pinos hacían bien a su pecho, pues lo cierto era que su tosecita iba siendo menos frecuente y su paso más firme; quizá había aprendido la eterna lección que los pacientes pinos nunca se cansan de repetir a oídos ya atentos ya indiferentes; así es que un día dispuso una partida campestre hacia Selva Negra y se llevó a los niños consigo.
El pobre compañero se revolvía como una lagartija, tendido en la proa, tentándose la pierna rota, lanzando alaridos y pidiendo por todos los santos un trago de agua: ¡para contemplaciones estaba el tiempo! Nosotros fingíamos no oírle, atentos únicamente a nuestra faena, separando el cordaje y atando a la antena la vela de repuesto, que izamos a los diez minutos. El patrón cambió el rumbo.
1 Oíd, hijos, el castigo del padre; y estad atentos para que sepáis inteligencia. 2 Porque os doy buena enseñanza; no desamparéis mi ley. 3 Porque yo fui hijo de mi padre, delicado y único delante de mi madre. 5 Adquiere sabiduría, adquiere inteligencia; no te olvides ni te apartes de las razones de mi boca; 6 no la dejes, y ella te guardará; ámala, y te conservará.
Llegó S. E., pero el joven no se fijó en él: observaba la cara de Simoun que era uno de los que habían bajado para recibirle, y leyó en la implacable fisonomía la sentencia de muerte de todos aquellos hombres, y entonces nuevo terror se apoderó de él. Tuvo frío, se apoyó contra el muro de la casa y, fijos los ojos en las ventanas y atentos los oidos, quiso adivinar lo que podía pasar.
Acudió maese Nicolás a rogarle lo mesmo, y Sancho también; lo cual visto del cura, y entendiendo que a todos daría gusto y él le recibiría, dijo: -Pues así es, esténme todos atentos, que la novela comienza desta manera: Capítulo XXXIII. Donde se cuenta la novela del Curioso impertinente
Andreíña hila y otros criados desgranan maíz, a la redonda de una cesta colmada de mazorcas. Hablan en voz baja, atentos a los pasos que vienen y van en la alcoba donde murió la señora ama. La puerta está cerrada, y de tiempo en tiempo alguno de los criados se acerca sin ruido y escucha. Los otros callan contemplándole, y cuando se les junta, otra vez comienza el cálido susurro de la conversación.
Figurábaseme, sí, desde luego obra de romanos, el llenar y embutir con verdades luminosas las largas columnas de un papel público; pero en cambio era para mí de la mayor consideración el imaginarme a la cabeza de una sección literaria, recibiendo comunicados atentos y decorosos, viendo diariamente consignadas en indelebles caracteres de imprenta mis propias ideas y las de mis amigos, y sin más trabajo a mi parecer, que el haber de contar y recontar al fin del mes los sonantes doblones que el público desinteresado tiene la bondad de depositar, en cambio de papel, en los arcones periodísticos de una empresa, luz y antorcha de la patria, y órgano de la civilización del país.
Todas aquellas cabezas, eminencias de la ciencia manilense, medio hundidas en sus mucetas de colores, todas las mujeres que allí acudían por curiosidad y que años antes le miraban, si no con desden, con indiferencia, todos aquellos señores cuyos coches, cuando muchacho le iban á atropellar en medio del barro como si se tratase de un perro, entonces le escucharían atentos, y él les iba á decir algo que no era trivial, algo que no ha resonado nunca en aquel recinto, se iba á olvidar de sí para acordarse de los pobres estudiantes del porvenir, y haría la entrada en la sociedad con aquel discurso...
La misma naturaleza enseña á todos los hombres, si quieren ser atentos en observar lo que pasa en su interior, que nada hay en su entendimiento que no haya tomado ocasion de los sentidos. En el exercicio de la Medicina tenemos todos los dias motivo de asegurarnos de esto en las varias suertes de males, en que se dañan los sentidos, y la razon.
Detrás del glorioso santo marchaban Rafael y los señores del ayuntamiento con gruesos blandones; el cura, bufando al sentir las primeras caricias de la lluvia, bajo el gran paraguas de seda roja con que le cubría el sacristán; y la muchedumbre de hortelanos confundidos con los músicos, que más atentos a mirar donde ponían los pies que a los instrumentos, entonaban una marcha desacorde y rara.
Palabra del Dia
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