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Actualizado: 21 de julio de 2025
Yo domino de todas la arrogancia, conmigo no hay Sagunto ni Numancia... Y con airecillo de terne y de conquistador, siguió sin más circunloquios a la costurera hasta la puerta del entresuelo. La llave era dura, y el mocito, a fuer de cortés, no podía permitir que la niña se maltratase la mano.
El pobre hombre, canijo y encogido, adoraba la fuerza, la arrogancia, los uniformes vistosos, y al recordar que el iniciador de la Orden había sido soldado, sonreía con cierta malicia, como si pensase en los devaneos y buenas fortunas de los hombres de guerra, de las cuales alguna habría tocado al santo, cuando aún no pensaba en serlo.
El alma celosa del príncipe fué adivinando, con aguda percepción, todo lo que pensaba el otro, y esto avivó el incendio de su cólera. ¡Con qué arrogancia asumía este empleadillo la defensa de Alicia! ¡Cómo se delataba su enamoramiento!... Lubimoff le escuchó con impaciencia. Ahora era Martínez el que se permitía atacarle. Sus últimas palabras significaban una amenaza para él.
Esta insistencia de su segundo acabó por irritar á Ferragut, desvaneciendo su forzada bondad. ¡No hablemos más! dijo con arrogancia . Soy el capitán, y mando lo que quiero... He dado mi palabra, y no voy á faltar á ella por darte gusto... Hemos terminado. Vaciló Tòni, como si acabase de recibir un golpe en el pecho. Sus ojos volvieron á brillar, humedeciéndose.
Sacó la cartera y le pagó, presentando los billetes con arrogancia; calóse las gafas el otro, maravillado de tal espectáculo y metió las narices en ellos, menos por causa de su miopía, que por regalarse el olfato con su dudoso perfume, que al usurero debe trascender a gloria; y como quiera que don Raimundo, poco acostumbrado a la puntualidad de sus clientes, iba preparado a decir cuatro palabras agrias, los oídos rellenos de algodón para hacerse el sordo a las lamentaciones del deudor moroso, quedóse desarmado al ver los billetes en su mano, y sonrió, más de gozo íntimo, que por parecer amable.
Debiera caérsete la cara de vergüenza, ¿y vienes con arrumacos?... Me tienes tan harta, ¡tan harta! que milagro será que sufra tus sandeces mucho tiempo... El guapo se irguió entonces con arrogancia y respondió fríamente: ¿Es de veras eso? ¡Y tan de veras! exclamó ella mirándole con ojos de indignación.
Las treinta y cuatro columnas, altas, delgadas y sencillas, que sostienen la plataforma de esta gran fábrica, dan al edificio una gracia ateniense, fantástica, aérea; parece que nadan por la atmósfera. Aquellas columnas tienen la arrogancia atrevida y la idealidad misteriosa del obelisco.
De mí puedo decir que he de ir en pos de él hasta el pie del cadalso, sin pensar en mi propio interés ni en la razón o sin razón de su condena. Pronunció estas palabras con tal arrogancia, que su confesor y maestro creyó necesario arrugar el sobrecejo y levantar la cabeza antes de responderle.
No. Cada vez que recordaba las amenazas y menosprecios de ese joven rufián, su arrogancia y su estallido final de pasión criminal, que tan cerca había estado de terminar con la vida de mi bien amada, mi sangre hervía de ira y se encendía mi cólera. El bribón había escapado, pero dentro de mi ser juraba que no quedaría impune.
Too eso está muy bien, don Fernando. Pero el pobre necesita tierra pa vivir y la tierra es de los amos. Salvatierra se irguió con arrogancia. La tierra no era de nadie. ¿Qué hombres la habían creado para apropiársela como obra suya? La tierra era de los que la trabajaban.
Palabra del Dia
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