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Actualizado: 31 de mayo de 2025


Pues nada, a purificarse tocan. ¿Ve usted cómo nos hemos entendido? dijo el clérigo con alegría, levantándose . Cansado ya de tanto discutir, yo le dije a mi hermano: Si tu pasión es tan fuerte que no la puedes combatir, pon el pleito en mis manos, tonto, que yo te lo arreglaré.

Al ver a su madre política, en cuyo rostro la enfermedad había hecho crueles estragos, contraído ahora por el terror, con los ojos suplicantes, las manos plegadas hacia él con mortal congoja, aflojó la suya y la dejó caer sobre el muslo. No tuvo tiempo a decir nada. Doña Paula, sin mirar a Ventura, le cogió de la ropa diciéndole: Ven, hijo mío, ven. Yo arreglaré este asunto, y te volveré la calma.

Más de lo que yo creía contestó la joven. Se adivinaba en ella cierta desorientación. Tal vez sentía miedo al pensar en su entrada audaz, sin una moneda en el bolsillo. Pero no tardó en reponerse de estas vacilaciones. Brillaron sus ojos con un fulgor hostil, lo mismo que si fuese a entrar en pelea, y tendió una mano hacia la ciudad, como invitándola a que la esperase: ¡Yo te arreglaré... marica!

Mi yerno tal vez finja escandalizarse, pero ya le arreglaré yo la cuenta. Más valiera que no hiciese la vista gorda ante los paseos que Juanito, ese cadete sobrino de don Sebastián, da por el claustro cuando mi nieta se asoma a la puerta. El muy mentecato sueña nada menos que con emparentar con el cardenal y que su hija sea generala. Bien podía acordarse de la pobre Sagrario.

En casa de los Hijos de Rotondo me han dado unas veinticinco varas de Bareges, muy arregladito... Me ha dicho la de San Salomó que el Bareges se llevará mucho este verano. Francamente, los Mozambiques me apestan ya... Pues ... arreglaré ese vestido con una sencillez verdaderamente pastoril. Verá usted... tres volantes y adorno de sedas delgadas.

Orejón y el conde se retiraron. En el pasillo, donde salió a despedirles el dueño de la casa, fueron sorprendidos, como otro visitante anterior, por un gran desprendimiento de cascotes del techo. Llueven piedras, ¿o qué es esto? gruñó Orejón deteniéndose. No es nada. Los ratones me tienen minado el techo. Ya os arreglaré, masoncillos.

Por fin hubo de salir por este registro: «Eso de que me ocupe o no me ocupe, no eres quien lo ha de decidir. ¿Pues qué? ¿Han tocado ya a emanciparse? Estás fresca. ¿Crees que se te va a tolerar ese cantonalismo en que vives? ¡Me gustan los humos de la loca esta!... Ya te arreglaré, ya te arreglaré yo».

Ahora han estado en la taberna cuatro personas, que creo han traído el encargo de ver cuándo entraba y salía usted. Me parece que lo mejor es que se marchen ustedes esta noche misma de Madrid. Una vez que estén fuera y lejos.... ¡Qué contrariedad! Pero yo deseo salir. Nos marcharemos. Pues entretanto no salga usted á la calle. Yo arreglaré el viaje, y lo haré de modo que nadie lo sepa.

Ahora ya estás mejor, como acabas de oír de labios de tu padre, y tu doncella y la señora Braun y Amaury bastarán para cuidarte. Creo que no necesita más un convaleciente. Mientras tanto yo iré allí, prepararé tu cuarto, cuidaré tus flores, arreglaré tus invernaderos; en fin, pondré todo en orden y verás como cuando llegues lo encuentras a medida de tus deseos.

Pero ya te arreglaré yo, país de las monas. ¿Cómo te llamas? Te llamas Envidiópolis, la ciudad sin alturas; y como eres puro suelo, simpatizas con todo lo que cae... ¿Cuánto va? Diez millones, veinticuatro millones, ciento sesenta y siete millones, doscientas treinta y tres mil cuatrocientas doce pesetas con setenta y cinco céntimos...; esa es la cantidad.

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