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Actualizado: 3 de julio de 2025
Estando los dos en estas pláticas, vieron que venía a pasar por donde estaban uno con dos mulas, que, por el ruido que hacía el arado, que arrastraba por el suelo, juzgaron que debía de ser labrador, que habría madrugado antes del día a ir a su labranza; y así fue la verdad. Venía el labrador cantando aquel romance que dicen: Mala la hubistes, franceses, en esa de Roncesvalles.
Dondequiera veia las gentes trabajando: los hombres como carreteros y en otras duras faenas; las mujeres conduciendo el arado, desyerbando ó aporcando las sementeras de hortalizas; los chicos cuidando de algunos pequeños rebaños; las buenas viejas hilando bajo el umbral de sus casitas ó en el fondo de un jardín.
Vana empresa sería la de intentar reconstituir la forma y disposición que tuvieron eminentes fábricas arquitectónicas; y á veces, ni aún es dado señalar los parajes en que se alzaban: sobre templos, palacios, portadas y torres, abre el arado profundos surcos, crecen á su sabor los jaramagos y amapolas, ó entre sus despedazados fragmentos anidan reptiles y alimañas.
La verdadera civilizacion consiste en el trabajo, que engendra buenos ciudadanos, ennoblece las almas, acrecienta la pública riqueza y mata la holganza. Los gobiernos que han construido las vias férreas, y los pueblos que han abierto los senos de la tierra con el arado, merecen una alta estima. Vamos á entrar en Paris.
No hay nada más dulce, me decía, que poder, después de grandes contrariedades y largos años de destierro y de dolor, transportarse con el pensamiento a los días tan puros de la feliz infancia; que volver a ver los lugares que han sido el teatro de nuestros primeros juegos, de nuestros primeros trabajos y de nuestros primeros éxitos, las perspectivas en que hemos empleado nuestros primeros lápices, el techo natal y los dominios hereditarios; que reconocer el campo que nuestro padre ha deslindado, el árbol cuya sombra tanto amaba, su arado, el rústico hogar y el lecho de paz desde el cual nos bendijo. ¡Se acuerda uno con tanta emoción de aquel tiempo, rico en ignorancia y en sencillez, en que una mediocridad laboriosa limitaba nuestros deseos y un estrecho horizonte nuestro universo! ¡Hemos tantas veces deseado reunir a nuestro alrededor a todos los que han hecho con nosotros el aprendizaje de la vida y esperamos tantos goces de la evocación de aquellos recuerdos!
Ponedle en una aldea, él vencerá la distancia y llegará a la capital; tirará el arado; pondrá un pie en el hombre-sólido, otro en el líquido, y una vez arriba: «Yo mando exclamará, no obedezco». Tales son las leyes de la naturaleza. Una vez comprendido este principio general de física, mis lectores conocerán al hombre-gas a primera vista.
Fue necesario crearlo y construirlo todo. A cada instante, levantamiento de árabes. Había que abandonar el arado para disparar. Después, las enfermedades, oftalmías, fiebres, la escasez de cosechas, los tanteos de la inexperiencia, la lucha con una administración ciega y siempre flotante. ¡Cuántos esfuerzos! ¡Qué de fatigas! ¡Qué vigilancia más perseverante!
¡Señor decía para sí, qué felices son los madrileños, que tienen la gloria de poder llamar compatriota suyo al bendito Isidro, y poco menos á la bendita María de la Cabeza! ¡Qué dicha la suya, pues pueden desde su propio hogar contemplar todos los días los campos donde vivieron en carne mortal los santos labradores! ¡Y con qué santo regocijo y piadoso recogimiento de espíritu discurrirán por aquellos campos, pondrán su planta donde Isidro y María pusieron la suya, y se inclinarán á cada paso á besar aquella tierra, que Isidro regó con su sudor y los ángeles santificaron con su presencia, bajando á ella para regir el arado del bendito labrador!
Y el fervoroso cristiano que volvía del templo, lleno su corazón de místicos regocijos; y el célibe egoísta que, empuñando el roten, se desperezaba á la puerta de su casa, dispuesto á emprender el higiénico paseo extramuros; y el labrador afanoso que arreaba la yunta y dirigía el arado para abrir el primer surco en su heredad; y el bracero menesteroso ... cada cual, á su manera, saludaba con himnos del corazón aquel inolvidable Sábado de Gloria de 1878.
Pero si no estuviera ya honrada suficientemente por su mismo nombre, habría que declarar a la hierbabuena emblema del patriotismo. No existe ninguna hierba que se aferre más a la tierra donde ha crecido; se la puede arrancar, perseguir con el arado y la azada... es inútil; la hierbabuena vuelve a retoñar indómita. La cebolla es recia, valerosa, ardiente.
Palabra del Dia
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