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Se le recordaba como algo absurdo e irreal, en el calor asfixiante de la tarde, bajo un cielo de crudo azul, sobre un mar que hervía con los reflejos del sol y daba a la retina la impresión de un lago infinito de tibias aguas. Formábase en el avante de la cubierta un grupo de niños y criadas que señalaban al horizonte. Acudían los pasajeros, apuntando sus gemelos en la misma dirección.

Y como si imaginase que con un arma de fuego le estaban apuntando al pecho y con otra á la espalda, dejó velozmente el balcón, dió algunas vueltas por la sala, fué, por último, á sentarse delante del piano y empezó á correr los dedos por las teclas distraídamente.

Así, con ese paso, llegaba a la puerta de la clase, se paraba en su umbral, tomaba una posición de contradanza, miraba al centro, apuntando en el rostro una franca sonrisa; en seguida, como un muñeco de cuerda, movía el pescuezo, y con el cuerpo hacia la izquierda, distribuía su sonrisa en esa dirección para repetir después la misma operación y derramar su tercer sonrisa sobre la derecha.

Ferragut, asomado á la borda, exploraba la lobreguez del muelle. Le pareció ver á unos hombres llevándose á otro en brazos. Un resto de su cólera le hizo levantar la diestra, armada todavía, apuntando al grupo. Luego volvió á bajarla... Pensó en los que se acercaban para averiguar lo ocurrido. Era mejor que encontrasen el buque silencioso.

Este se había fijado especialmente en Watson, pues por ser más joven, le infundía mayor cuidado, volviendo hacia él su carabina, y don Carlos aprovechó el olvido en que le dejaba para sacar cautelosamente su revólver, apuntando al pecho del cordillerano y haciendo fuego. Al caer este enemigo, Watson se inclinó inmediatamente sobre él para apoderarse de su arma.

Un poco más arriba, en lo que pudiera, sin mucho agravio de la verdad, denominarse llano, y antes de llegar a la ermita, todavía en la penumbra que nos haría invisibles a no muy larga distancia, atracó su rocín al mío; y deteniéndole por las riendas que casi me arrancó de las manos, después de detener el suyo, me dijo apuntando con su diestra ociosa a un altísimo y lejano picacho, en cuya cúspide se estrellaba el primer rayo de sol que penetraba en aquellas montaraces regiones.

Cuando llegó el que esperaba, Mariano era todo ojos. Miró bien... En el acto sacó de debajo de la blusa una pistola vieja, y apuntando con mano no muy firme, salió el tiro con fugaz estruendo... Movimiento y estupor en la muchedumbre, gritos, pánico, sacudidas.

Candiyú era poseedor de un anteojo telescopado, y pasaba las mañanas apuntando al agua, hasta que la línea blanquecina de una viga, destacándose en el horizonte montuoso, lo lanzaba en su chalana al encuentro de la presa. Vista la viga a tiempo, la empresa no es extraordinaria, porque la pala de un hombre de coraje, recostado o halando de un pieza de 10 x 40, vale cualquier remolcador.

¡Cuánto habría dado el criminal por que cada mirada suya fuera una saeta! Quería despedir muertes por los ojos. Cogió un ladrillo, y apuntando a la por tantos títulos respetabilísima cabeza del apóstol de la Beneficencia oficial, lo disparó con tan funesta puntería, que el buen señor gordo gritó: «¡Carástolis!», y estuvo a punto de caer desvanecido. Testigos respetables dicen que en efecto cayó.

Por lo vistu me respondió el mozallón con mucha flema. ¿Con quién? volví a preguntarle. Esa es la historia respondióme él apuntando al suelo hacia atrás con el índice de su diestra, sin volver la cara ni disminuir el paso.