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Actualizado: 13 de mayo de 2025
Con aparente razón me argüirás, respetado y querido lector, que cómo y por qué, si me considero sin fuerzas para darle cima, tengo la osadía de pretender ejecutaría; y yo te replicaré humildemente que, considerando que es la más antipática forma de la soberbia y la presunción la intempestiva modestia, virtud que tan pocos tienen y con tantísima frecuencia se falsifica, si hubiera sido un íntimo amigo el que me hubiera solicitado para tal empeño, con la confianza que dá la amistad hubiera rehusado el complacerle, exponiéndole franca y sinceramente mi incompetencia y los perjuicios que á su obra le irrogaría el ir precedida de un prólogo de persona de tan poca autoridad como soy yo; pero se trataba de un escritor meritísimo, según he podido comprobar por la lectura de su obra, que era para mí completamente desconocido, y cuya jerarquía en la milicia, aunque honrosísima, es modesta, y una negativa mía tal vez la hubiese considerado como desdén más bien á la persona que al libro, incurriendo yo, sin pretenderlo, en desconsideración y descortesía.
Siempre es preferible ser hombre á ser piedra. No me atrevo á disputarlo, porque mi causa es antipática; pero crea usted que hay momentos en que daría uno cualquier cosa por ser piedra. Nada, nada, Octavio, está usted enamorado; se le conoce á la legua dijo la condesa con alegría infantil y familiar capaz de trastornar á cualquiera.
Cristeta no era hipócrita ni desdeñosa del amor, ni de las que, por lo ariscas, hacen antipática la virtud; pero instintivamente consideraba su hermosura como complemento de su corazón: quien no poseyese éste, no disfrutaría de aquélla. Se reconocía hermosa, y no concebía que pudiera tasarse su belleza.
Pero, madre... Déjame. Teresina quedó a solas con su amo y mientras le servía agua dejando caer el chorro desde muy alto, suspiró discretamente. De Pas la miró, un poco sorprendido. Estaba muy guapa; parecía una virgen de cera. Ella no levantó los ojos. De todas maneras, le era antipática. Su madre la mimaba y a los criados no hay que darles alas.
Al salir a la salona con el candelero en la mano, me encontré con la mujer gris ocupada en poner la mesa, a la luz de un velón de tres mecheros, colgado de un listón de madera, sujeto por una de sus extremidades a una vigueta del techo. No era antipática, ciertamente, la cara de aquella sirviente; y bien mirada, hasta se hallaban en ella vestigios de haber sido guapa en sus mocedades. Expresábase con un laconismo que tenía ciertos matices clásicos, y respondía con agrado a las preguntas que me arriesgué a hacerla, por hablar de algo y alegrar un poco el tedioso colorido de mis ideas. Así supe que se llamaba Facia; que desde muy joven servía en casa de mi tío y que en ella pensaba morir, si esa era la voluntad de su amo, a quien quería y respetaba como a padre y señor, y aun con eso no le pagaba bastante los grandes beneficios que le debía.
Al siguiente, hizo el viaje en balde: procuró distraerse mirando y remirando a cuantas pasaban; mas en vano. Acaso no faltasen en el paseo mujeres guapas y elegantes, pero todas se le antojaron cursis o feas. La de bonitos pies, tenía el cuerpo atalegado; la de cintura esbelta, era antipática de rostro; la bien vestida, horrible; la hermosa, iba hecha un adefesio. ¿Sería cosa providencial?
¡Cuánto tenemos que contar!... yo a ti, tú a mí. Ya sé que te has casado. Has hecho bien. Este has hecho bien le cayó a la prójima como una gota fría en el corazón, trayéndola bruscamente a la realidad. Enjugando sus lágrimas, se acordó de Maxi, de su boda; y su casa, que se había alejado cien millas de leguas, se puso allí, a cuatro pasos, fúnebre y antipática.
Era la Marquesita, que desde el balcón del ganadero de cerdos, indignábase contra aquella gentuza, antipática por su ordinariez, que osaba amenazar a las personas decentes. Sólo unos pocos levantaron la cabeza: Los demás siguieron adelante, insensibles a la ridícula agresión, deseando llegar cuanto antes al encuentro de los amigos.
Palabra del Dia
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