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Actualizado: 9 de junio de 2025
La luz amarillenta del gas brillaba de trecho en trecho, cerca de las ramas polvorientas de las raquíticas acacias que adornaban el boulevard, nombre popular de la calle por donde entraban en el pueblo. ¿Cómo me has traído por aquí? ¿Qué importa? Petra se encogió de hombros.
En Matalerejo, y en todo su valle, reina la codicia, y los niños rubios de tez amarillenta que pululan a orillas del río negro que serpea por las faldas de los altos montes de castaños y helechos, parecen hijos de sueños de avaricia. Paula era de niña rubia como una mazorca; tenía los ojos casi blancos de puro claros, y en el alma, desde que tuvo uso de razón, toda la codicia del pueblo junta.
Sus carnes abundantes guardaban cierta frescura, obra de los cuidados higiénicos y los ejercicios gimnásticos. En cambio, su rostro, de blanca piel, transparentaba una inundación subcutánea amarillenta, que parecía formada con olas de salvado. Sobre la antigua cabellera, de un tono rojo, se amontonaban los rizos artificiales ocultando calvicies y canas.
Algunas veces llegaba hasta el río, pero no ofrecía variantes el espectáculo: el agua amarillenta siempre estaba removida en sentido contrario a la corriente, por la marea que hasta aquella región alcanzaba; el aire cargado de humedad, saturado de las emanaciones de la brea, del cáñamo y de las tablas de pino.
La luz cruda hacia resaltar todos los detalles de una belleza marchita: el rostro con leves arrugas en plena juventud, el círculo de palidez amarillenta en torno de los ojos, el rosa anémico de los labios, el tinte verdoso de la tez, que no habían conseguido borrar los extraordinarios cuidados de tocador de esta mañana.
Emilita, confusa y avergonzada, con las mejillas convertidas en dos brasas, se acercó vacilante al heroico capitán de Pontevedra, fértil en toda clase de astucias, y le rozó con el carmín de los labios la tierra amarillenta de sus mejillas.
No necesitan urnas Ni estátuas levantadas, Porque las horas diurnas De estrellas coronadas Guardan el monumento, Que cubre el firmamento Del hemisferio austral. De la tierra sangrienta Se elevarán los muertos, Y con rayos inciertos La luna amarillenta, El esqueleto pálido Trémula alumbrará.
Palabras irreparables se alzaban entre los dos como un obstáculo que había de ensancharse por momentos, impeliéndoles en opuestas direcciones. ¿Para qué prolongar la entrevista dolorosa?... Margarita mostró la resolución pronta y enérgica de toda mujer cuando desea cortar una escena: «¡Adiós!» Su rostro había tomado una palidez amarillenta, sus pupilas estaban mortecinas, humosas, como los vidrios de una linterna cuya luz se apaga. «¡Adiós!» Debía volver al lado de su herido.
Un trozo de mantón sujeto al talle con una cuerda servíale de corsé y de faja. El jubón era de seda negra, quemada por el tiempo, y se abría por todos lados, mostrando, al través de la urdimbre, en unas partes la camisa de blancura amarillenta, en otras la amojamada carne de un tono verdoso de bronce oxidado.
De grandes dimensiones, madera amarillenta, vetas y visos morados; dá buena tablazón y se usa en construcción y en muebles ordinarios. Malatumbaga. De grandes dimensiones, madera color rojo carne ó ladrillo, de textura compacta y de fácil labra; se saca buena tablazón que se emplea en cajones. Mayapis.
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