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Actualizado: 5 de mayo de 2025
Doña Clara no había pensado todavía que podía pertenecer á un hombre. Su alma dormía envuelta en un velo de pureza. Por lo mismo, no la había contrariado en gran manera la dificultad de su enlace con Juan Montiño. Y sin embargo, á pesar de la pureza de su amor, no había dormido aquella noche, había sentido un malestar amargo, una inquietud ardorosa.
Todas estas trazas de hurtar y modos extraordinarios conocí, por espacio de un mes, en ellos. Volvamos agora a que les enseñé el rosario y conté el cuento. Celebraron mucho la traza y recibióle la vieja por su cuenta y razón para venderle. La cual se iba por las casas diciendo que era de una doncella pobre y que se deshacía de él para comer. Y ya tenía para cada cosa su embuste y su trapaza. Lloraba la vieja a cada paso, enclavijaba las manos y suspiraba de lo amargo, llamaba hijos a todos. Traía encima de muy buena camisa, jubón, ropa, saya y manteo, un saco de sayal roto, de un amigo ermitaño que tenía en las cuestas de Alcalá.
Disipábase gradualmente su amargo desaliento y su alma revivía y se reconciliaba cordialmente con la existencia y con los hombres. Una tarde, apoyado en el ángulo del convento que hacía frente al mar, observaba el grandioso espectáculo de uno de los temporales que suelen inaugurar el invierno. Una triple capa de nubes pasaba por cima de él, rápidamente impelida por el vendaval.
Así nace y vive el indio, viendo llegar tranquilamente su última hora, sabiendo que sus despojos no han de ser llevados por manos mercenarias y sí por sus propios deudos, los cuales no tienen el amargo privilegio de verlos arrojar en la fosa común, ese horrible rincón de las grandes necrópolis, donde se hacinan cientos de cadáveres y se compendian millones de lágrimas. ¿Es ó no feliz Ambrosio?
Y fundidos en uno nuestros séres, sin idea del tiempo ni el espacio, sin que tanto placer y dicha tanta pagára ningun hombre con su llanto, secreto como el génesis del mundo, grande, amada mujer, como el espacio, creamos un momento de ventura de nuestra vida en el trascurso amargo. Momento que era un mundo... ¡cuán distinto del mundo miserable que habitamos!
En los paises al norte de Buenos Aires y Córdoba, &a., este fruto es amargo y fastidioso, y el árbol no crece tanto. Junto á la costa, á cosa de tres millas, el terreno es mas alto, y continua á lo largo de la costa por cuatro leguas, siendo muy fertil, con ricos pastos donde presto engorda el ganado.
Mientras esto se decia, se avanzaban hácia el Rio Grande, á quien los indios llaman Igay, esto es, amargo.
Por un amargo azar del destino cuando estoy a punto de dejar la vida es cuando encuentro los afectos que tan ardientemente he buscado; cuando encuentro a Blasillo, a Rosita y a usted... y a usted sobre todo que me haría creer hasta en la virtud... EL PUEBLO. ¡Muera el condenado! ¡El apóstata! ¡Ya tardan demasiado! EL VERDUGO. Señor gitano, el pueblo se impacienta.
Pero tengo la intención de perseverar en la solución del misterio de la fortuna de su padre declaré, siempre, con su mano entre las mías, dándole mi adiós triste y amargo. El me dejó su secreto, y yo he decidido partir mañana para Italia, a buscar el punto indicado y conocer la verdad.
La imagen de Castro surgió en su memoria. También éste había presenciado dos días antes el paso de un tren. Recordó su impresión, tan honda y poderosa, que le había impulsado á abandonar Villa-Sirena, rompiendo con su pariente. Vió, tal como él se lo había descrito, el rostro amargo de aquel soldado rojo que lo insultaba con su desprecio. ¡Aún queda un lugar!...
Palabra del Dia
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