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Actualizado: 5 de mayo de 2025
Tenían ahora sus palabras, en vez del impetuoso brío de antes, un dejo amargo, una sombría y patética elocuencia. No era su tono el enfático de la prensa, sino otro más sincero, que brotaba del corazón ulcerado y del alma dolorida.
Sin embargo, en estos momentos en que su vida corre algún peligro, ¿no siente usted la necesidad de una fe que le alumbre en las tinieblas en que puede ser envuelto, de alguna esperanza que le consuele en este amargo trance? Ninguna... He llegado felizmente al desenlace de la horrible comedia... Todos los hombres juegan en ella un papel bien poco airoso... El mío ha sido tristísimo...
Mientras el juez le leía el libro, él iba penetrando los secretos del ser amado, casi reviviendo su vida, y se sentía invadir por un amargo encanto. Su adoración por la belleza de aquella mujer, su compasión por sus sufrimientos aumentaban y le embargaban hasta el punto de olvidar cualquier otro sentimiento: poco faltaba para que olvidara que estaba muerta.
Al despertar de sus pesadillas con el dejo amargo de las malas pasiones satisfechas, Ana se sublevaba contra leyes que no conocía, y pensaba desalentada y agriado el ánimo en la inutilidad de sus esfuerzos, en las contradicciones que llevaba dentro de sí misma. Parecíale entonces la humanidad compuesto casual que servía de juguete a una divinidad oculta, burlona como un diablo.
Como hombre que sabía extraer delicadamente de este mundo amargo su jugo azucarado, halló nuevo aliciente de placer en la contradicción del sillero y en el misterio que se veía obligado a desplegar. Pero Concha no se avenía tan de buen grado. Disipada la embriaguez de su padre, no le perdonó aquel acto de energía.
Así, con esa fe desesperada, con la amarga complacencia de haber sabido comprender la estéril verdad, había vivido años, y estas opiniones se reflejaban demasiado fielmente en su arte, que era negador, frío y amargo.
En la estancia van a conocer ustedes a Baldomero, el capataz, un tipo genuinamente criollo, que ha tenido sus contrastes y sus desgracias, pero que es amable y jovial en todos los casos y que al preguntarle una vez: «¿Cómo le va, Baldomero?...» me contestó así: «Aquí vamos, don Melchor, tragando amargo y escupiendo dulce.» ¡Qué hermoso! dijo Lorenzo.
He oído decir que para que el pan sepa bien hay que ganarlo: verdad que yo no lo gano, y hasta ahora no me amargó. Tiempo hubo murmuró Artegui como respondiéndose a sí mismo en que creí provenía mi indiferencia de la seguridad de mi vida, y en que deseé deberme a mí mismo, a mí solo, el subsistir.
Y luego otro día, teniendo yo rezumando mi jarro como solía, no pensando el daño que me estaba aparejado, ni que el mal ciego me sentía, sentéme como solía, estando recibiendo aquellos dulces tragos, mi cara puesta hacia el cielo, un poco cerrados los ojos por mejor gustar el sabroso licor, sintió el desesperado ciego que agora tenía tiempo de tomar de mi venganza, y con toda su fuerza, alzando con dos manos aquel dulce y amargo jarro, le dejó caer sobre mi boca, ayudándose, como digo, con todo su poder, de manera que el pobre Lázaro que de nada desto se guardaba, antes, como otras veces, estaba descuidado y gozoso, verdaderamente me pareció que el cielo con todo lo que en él hay, me había caído encima.
¡Admirable! ché: fíjate bien en toda la filosofía de esa fórmula tan sencilla puesta en boca de un hombre de campo que en medio de sus contrariedades comprende que debe ser amable con quienes no tienen la culpa de ellas y lo expresa así: «¡tragando amargo y escupiendo dulce!»
Palabra del Dia
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