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Actualizado: 9 de junio de 2025


Ir a reposar mi cabeza calva y mi corazón ulcerado a la sombra de los tilos de la casa paterna. ¡Allí no me contarán por delito el haber tenido piedad de un moribundoDespués de una pausa de algunos instantes, el desventurado hizo un esfuerzo. «Vamos, Treu; vorwarts, vorwarts» . Y el viajero y el fiel animal prosiguieron su penosa jornada.

Cuando el término del gobierno de Rosas expira, anuncia su determinación decidida de retirarse a la vida privada; la muerte de su cara esposa, la de su padre, han ulcerado su corazón; necesita ir lejos del tumulto de los negocios públicos a llorar a sus anchas pérdidas tan amargas.

Vivir con el corazón ulcerado, con el alma inquieta.... ¡Oh, cuántas veces he envidiado a las personas virtuosas y humildes como usted! ¡Qué feliz sería yo si no llevase a cuestas este carácter triste y receloso, esta soberbia que me consume!... ¡Y quién sabe añadió después de una pausa , quién sabe si hubiera sido más dichosa en otra esfera!

No sólo excusaba aquel delirio de venganza, extravío de un espíritu ulcerado, de una madre enloquecida hasta la desesperación, sino que lo aprobaba y lo comprendía, y se regocijaba por ser su ciego instrumento. Otra había hecho la tarea que repugnaba a su natural lealtad; no tenía más que lavarse las manos.

Tenían ahora sus palabras, en vez del impetuoso brío de antes, un dejo amargo, una sombría y patética elocuencia. No era su tono el enfático de la prensa, sino otro más sincero, que brotaba del corazón ulcerado y del alma dolorida.

Manuel Antonio se mostró jovial y decidor, trató de alegrarla cuanto pudo, atrayendo de nuevo la sangre a aquel corazón ulcerado para que la puñalada fuese más dolorosa. Pidió chocolate, lo tomaron jaraneando lindamente: Amalia llegó a olvidarse de sus preocupaciones. Y cuándo más olvidada estaba ¡zas! la bomba.

Beatriz llegó, respondió a su saludo con un ligero movimiento de cabeza, sentóse y púsose a preparar sus colores sin pronunciar una sola palabra; después, haciéndole seña de que se sentara: Señor Fabrice le dijo con voz contenida, dulce y triste ; señor Fabrice, le estoy reconocida... muy reconocida... pero no debo ni quiero engañarle... puedo acordarle mi mano... pero temo que mi corazón desgarrado, marchito, ulcerado por la desgracia, no pueda devolverle todo lo que el de usted le da... Temo que los sinceros sentimientos de estimación y simpatía que experimento hacia usted, no respondan sino imperfectamente a los que tiene a bien consagrarme... Temo también que este paso que da, no sea para usted una desgracia.

El barrio de San-Gil está enclavado, como un cangro ulcerado y fétido, entre las magníficas vias públicas de Picadilly, la plaza de Trafalgar, el Strand y las calles de Regent, Oxford y Holborn.

A pocos pasos de la gente que comía, mendigos asquerosos imploraban la caridad; un elefancíaco enseñaba su rostro bulboso, un herpético descubría el cráneo pelado y lleno de pústulas, este tendía una mano seca, aquel señalaba a un muslo ulcerado, invocando a Santa Margarita para que nos libre de «males extraños». En un carretoncillo, un fenómeno sin piernas, sin brazos, con enorme cabezón envuelto en trapos viejos, y gafas verdes, exhalaba un grito ronco y suplicante, mientras una mocetona, de pie al lado del vehículo, recogía las limosnas.

Si soy tan mala, es porque la desgracia me ha ulcerado, es porque la injusticia me ha ennegrecido el alma... Yo nací tan dispuesta como ellas, más acaso, para ser buena, amante y caritativa... ¡Oh! ¡Dios mío, los beneficios cuestan poco, cuando uno es rico, y la benevolencia es fácil á los dichosos! ¡Si yo estuviera en su lugar, y ellas en el mío, me odiarían, como yo las odio! ¡Nadie ama á sus amos! ¡Ah! esto es horrible, ¿no es verdad?

Palabra del Dia

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